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Emma B. El diario de una chica de provincias

las cosas

las  cosas La cazadora de cuero marrón, los guantes, la corbata verde, el casco negro con colores, la bufanda, los cuatro gramos de cocaína, el gorro, las gafas de sol, el hacha con mango de madera y un brillante filo acerado.

¿Las cosas del hermano motero de Otegui que se va al monte a practicar el aizkolaris –corte de troncos-, y necesita algo de apoyo? Sí…, pero no.

¿Las cosas de mi vecino el pater familia que va a agenciarse el abeto navideño a la sierra? Sí…, pero no.

Esas pequeñas cosas pertenecen al ajuar de PMB, el atracador del hacha; un individuo de 36 años, delgado, de rostro común, que rondaba por los supermercados de charrilandia.

Usted pacífico ciudadano podía esperar su turno para pagar religiosamente mientras repasaba su lista de vituallas y, de pronto, como si un impulso atávico lo poseyese, este homínido salía lanzado desde la cola de cualquier caja empuñando este ancestral arma, al más puro estilo de Homo Antecessor para agarrar el dinero y salir huyendo con el botín, ante el pasmo general y el susto de la cajera de turno. No le dieron tiempo a regresar a la Gran Dolina, otros homínidos lo atraparon y encerraron en una cueva con calefacción central y barrotes.

Las cosas
El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.
Jorge Luis Borges

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