a mil
¡Vaya¡, luz verde, avanzamos; el enano asqueroso habrá entrado. Él y su señora con perrito viven en la misma calle y todavía guarda su Seita en el garaje. Seis, no, siete años compartiendo garaje, observando como invade la plaza de la guapa del Audi rosa y la zona común. Mala táctica, todos nos pegamos al maletero de su recién estrenado Seat Ibiza al tratar de clavar nuestras machinas en los ajustados huecos de este garaje pequeño e intrincado. Claro que, esto lo ha avinagrado más, ahora cada vez que aparca coloca una rueda arrimada a su maletero incluso ha clavado un apoyo en el suelo. Ya no podemos rayar su preciosidad con nuestras maniobras.
Pasa el Golf, uno menos. ¡Por fin¡ estoy delante de la máquina, ansiosa por ver parpadear ese dichoso piloto verde. He tenido suerte, esta ranura milagrosa escupe su cartón dichoso, esto fue más rápido de lo previsto.
Ahora, a buscar las plazas libres. Comienzo mi descenso a los infiernos, continuo bajando y me adentro en la espesura automovilística del sótano 1. Giro a la derecha y encarrilo el pasillo lateral atenta entre la maraña de colores brillantes. Al fondo, cerca de una columna, no muy lejos, veo al vecino y señora dirigiéndose al ascensor, a toda prisa.
- ¡Sí, sí, corred malditos, llegáis tarde¡, casi les grito.
- Nena, deja de vigilar al vecino que casi te la pegas con el morro del mercedes azul; me digo, impaciente, pensando que la que no llega soy yo.
Será mala suerte, otra vuelta. Al fin encuentro un hueco y suelto mi little Peugeot 205, entre el Galloper, que me llevará al fin del mundo, y un Land Rover marrón decaído.
¡Joder¡ que tarde es, ya las 11. Mala hora. La duda empieza a asaltarme, seguro que Paco y Raquel ya han entrado. Bueno, entro igual, si...¿Habrá entradas?
A mil, recojo el bolso y el abrigo, busco las llaves, no las encuentro, revuelvo en el bolso otra vez, ni las oigo. Harta, abro de la puerta y compruebo si me las he dejado puestas, efectivamente ahí están. ¡Zás¡ se me escapa la mano y estrello la puerta con la rabia. Mientras cierro el coche diviso el Ibiza metalizado, del fiera ese, dos filas más allá, zona D6, prácticamente al lado del ascensor, en mi ruta.
Pasa el Golf, uno menos. ¡Por fin¡ estoy delante de la máquina, ansiosa por ver parpadear ese dichoso piloto verde. He tenido suerte, esta ranura milagrosa escupe su cartón dichoso, esto fue más rápido de lo previsto.
Ahora, a buscar las plazas libres. Comienzo mi descenso a los infiernos, continuo bajando y me adentro en la espesura automovilística del sótano 1. Giro a la derecha y encarrilo el pasillo lateral atenta entre la maraña de colores brillantes. Al fondo, cerca de una columna, no muy lejos, veo al vecino y señora dirigiéndose al ascensor, a toda prisa.
- ¡Sí, sí, corred malditos, llegáis tarde¡, casi les grito.
- Nena, deja de vigilar al vecino que casi te la pegas con el morro del mercedes azul; me digo, impaciente, pensando que la que no llega soy yo.
Será mala suerte, otra vuelta. Al fin encuentro un hueco y suelto mi little Peugeot 205, entre el Galloper, que me llevará al fin del mundo, y un Land Rover marrón decaído.
¡Joder¡ que tarde es, ya las 11. Mala hora. La duda empieza a asaltarme, seguro que Paco y Raquel ya han entrado. Bueno, entro igual, si...¿Habrá entradas?
A mil, recojo el bolso y el abrigo, busco las llaves, no las encuentro, revuelvo en el bolso otra vez, ni las oigo. Harta, abro de la puerta y compruebo si me las he dejado puestas, efectivamente ahí están. ¡Zás¡ se me escapa la mano y estrello la puerta con la rabia. Mientras cierro el coche diviso el Ibiza metalizado, del fiera ese, dos filas más allá, zona D6, prácticamente al lado del ascensor, en mi ruta.
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