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Emma B. El diario de una chica de provincias

en casa

en casa Cuando volvimos, la casa respiraba a incendio de rastrojos, y cenizas de romeros en brasero. Las hierbas resecas crecían entre los cojines del sofá, y un hongo gris sombrío escalaba la pared de la cocina. Lapetarda lucía un moreno zaíno más del tipo estar colgada al sol en el tendedero –cual sábana al clareo- que de pingo nocturna. Al vernos llegar con las maletas, los paquetes de patatas y pimientos, las cajas de vino y aguardiente, y con nuestra piel de blanquitas al aire de un crucero por los fiordos, clavó sus ojos en Misombra y se justificó atentamente:
—Es la operación asfalto de tu querido Alcalde, me tiene negra. Y con tanta “conversation” con los guiris no salgo de las terrazas.
—¡Vaya, dominarás el inglés?
—No te creas..., algo más sí, pero me ha dado más por el chino y mañana he quedado con Omar para empezar con el urdú, creo que no es tan difícil, y son los idiomas del futuro.
—Ya... un verano exótico, el tuyo —le replica burlona Misombra.
—Chica, lo que te da de sí el turismo cultural, y sin moverte de casa.

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