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Emma B. El diario de una chica de provincias

en provincias

Es lo bueno del TALGO; pude leerme de una sentada el librito del señor Umbral. Allí en mi asiento de ventana plana, con los auriculares a modo de barrera aislante, con la mirada ausente clavada en el secarral zamorano, en las montañas verde azuladas de eucaliptos, o con vistas al volvía a sentir el tacto áspero del uniforme colegial. A lomos de los chirridos acerados de las ruedas del tren viajaba en ruta serpenteante hacia los olores de aquella época de “tedio y plateresco”: el olor del pupitre con tapa de formica, de la goma Milán de nata, de las manchas de tinta china en la madera, del pegamento y las carpetas de plástico.

“Del fondo del pupitre te viene todavía el aroma de la infancia, el olor del pecado... No eres sino, quizá, el desarrollo y la propagación de todo lo que contenía, revuelto, el fondo de tu pupitre. Llevas en el alma, llevas por alma un fondo de pupitre escolar con libros prohibidos, películas prohibidas y nombres prohibidos. ... y ahora, naturalmente vives en la pura transgresión, vives la transgresión... “

“Qué llama blanca cuando todavía conservabas el cristal puro, cuando tornabas a tu reclinatorio con la cabeza baja, las mejillas encendidas, las manos juntas, los pies torpes, los ojos cerrados y el corazón fuera de sitio. Pero la noche, oye, la noches te trabajaban, la luna era la sutil visitadora de tus desvelos, y lo que ganabas de día lo perdías en el sueño o en la vigilia. Ibas para santa, para mártir, para virgen para beata o abadesa, pero estaban las noches.” Carta abierta a una chica progre. Francisco Umbral.

3 comentarios

Toisaras -

A que van a ser las gafas...

emma -

vaya! ya tenemos algo en común

Toisaras -

!Bienvenida,pequeña!
De aquella época recuerdo el chicle Bazoka, la cartera de piel que me compraron en Rodero y que me duró todo el Bachillerato, saltar en los charcos con unas botas katiuskas de color negro, el bocadillo que me preparaba mi madre para el recreo, los lápices Alpino y sobre todo la envidia que tenía a los compañeros que disfrutaban de un estuche de dos pisos con 48 ó 60 lápices de colores y dos cremalleras; el mío, pobrecito, era de 12 lápices y sólo tenía una cremallera.
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