síndrome de sol y sueños
Los primeros días no han resultado fáciles, el síndrome me tomó por los pelos, sacudió con fuerza la atolondrada cabeza y me dejó tirada sobre gotas de grasa maloliente, envuelta entre garras de humedad norteña.
La enamorada lo ha tenido más fácil. Sí, a la sombra, retenida, secuestrada en la cueva, pero tan sólo ha tenido que mudar las endorfinas del sol por las de los polvos salvajes. ¿Ya se sabe la fuerza del amor!
Alejarse del sol, y por encima con paradita en el reino de la lluvia y los delfos, ha sido duro, muy duro: la niebla, el aire casi líquido, la lluvia como el tableteo de las ametralladoras. Con tanto cenagal a la espalda, el síndrome prendió entre mis costillas y un dolor de acero estrechaba el corazón. La abstinencia ha dejado un regusto a vacío envasado y un crepitar de articulaciones que siempre conducen a un rebullir cerebral gran creador de sueños imposibles.
Mi sombra, con la más estricta lógica de la sinrazón, provoca un volcado desde el más allá inconsciente, y desata un huracán de imágenes sin perfil, cuentos vergonzantes, recuerdos imposibles, deseos infelices, remordimientos hambrientos y pasiones sobrecogedoras. Mientras el señor Passy sueña con la guerra en excavadora, el barco y el gorro que le falta; las chicas en provincias, a vueltas con esta obsesión del el tajo again -así de rudas nos hemos vuelto-.
Más sueños de negro en noches livianas, que tan sólo dejan un vaho helado en las pestañas y costuras en las legañas. En un minuto todo un recuerdo fulgurante y más allá el olvido, únicamente palabras, un personaje, una sensación, un desasosiego que vaga todo el resto del día entre visillos. Dice Passy que los libros de Jung son atrapadores de sueños, son redes en las que las imágenes quedan retenidas y salen de mañana: tiras un poco y, como los pañuelos de los prestidigitadores, van una detrás de otra anudadas por las puntas. Me temo que me convendría leer al amigo Jung, tal vez entre el amigo Carl y mi auténtico atrapador de sueños --regalo de la enamorada-- consiga tirar un poco todas las mañanas, y grabar en mi memoria esos sueños-olvido. Aunque sin tirar demasiado no sea que se vaya la manta por el repulgo.
(Gracias a mi amigo Pedro por su foto del glaciar Grey).
La enamorada lo ha tenido más fácil. Sí, a la sombra, retenida, secuestrada en la cueva, pero tan sólo ha tenido que mudar las endorfinas del sol por las de los polvos salvajes. ¿Ya se sabe la fuerza del amor!
Alejarse del sol, y por encima con paradita en el reino de la lluvia y los delfos, ha sido duro, muy duro: la niebla, el aire casi líquido, la lluvia como el tableteo de las ametralladoras. Con tanto cenagal a la espalda, el síndrome prendió entre mis costillas y un dolor de acero estrechaba el corazón. La abstinencia ha dejado un regusto a vacío envasado y un crepitar de articulaciones que siempre conducen a un rebullir cerebral gran creador de sueños imposibles.
Mi sombra, con la más estricta lógica de la sinrazón, provoca un volcado desde el más allá inconsciente, y desata un huracán de imágenes sin perfil, cuentos vergonzantes, recuerdos imposibles, deseos infelices, remordimientos hambrientos y pasiones sobrecogedoras. Mientras el señor Passy sueña con la guerra en excavadora, el barco y el gorro que le falta; las chicas en provincias, a vueltas con esta obsesión del el tajo again -así de rudas nos hemos vuelto-.
Más sueños de negro en noches livianas, que tan sólo dejan un vaho helado en las pestañas y costuras en las legañas. En un minuto todo un recuerdo fulgurante y más allá el olvido, únicamente palabras, un personaje, una sensación, un desasosiego que vaga todo el resto del día entre visillos. Dice Passy que los libros de Jung son atrapadores de sueños, son redes en las que las imágenes quedan retenidas y salen de mañana: tiras un poco y, como los pañuelos de los prestidigitadores, van una detrás de otra anudadas por las puntas. Me temo que me convendría leer al amigo Jung, tal vez entre el amigo Carl y mi auténtico atrapador de sueños --regalo de la enamorada-- consiga tirar un poco todas las mañanas, y grabar en mi memoria esos sueños-olvido. Aunque sin tirar demasiado no sea que se vaya la manta por el repulgo.
(Gracias a mi amigo Pedro por su foto del glaciar Grey).
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pedro -