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Emma B. El diario de una chica de provincias

ellas

la rubia del viernes 13

 

 

 

 

 

 

 

 


Es viernes 13. Una mañana de cielo azuleño y aire primaveral. Es la hora del vermouth, me acomodo en la terraza del Novelty con la nariz al sol, los ojos bajo las gafas, y en las manos El Adelanto, suspirando por el último titular de MiLanzarote, y suspirando por un cigarro al vuelo.

A los diez minutos, sin tiempo para saborear el primer sorbo del Peruchi —recomendación de mi amiga OjosdeGata, una auténtica adicta que contagia—, una morena y una rubia asoman por sotavento. La rubia, muy rubia, ojos azules borrosos entre las capas de rimel, con rayas negras y sombra gris cargada en los párpados como las modelos de mirada siniestra y perturbada de Vivienne Westwood. Sobre unos osados taconazos y con pantalones acampanados bordados desde medio muslo a lo mantón de manila, la rubia arrastra tres!! canes: dos perritos y un chucho color canela. Con horror sospecho que los pasitos de la rubia se encaminan hacia..., aquí. Los perritos tiran hacia la izquierda, el chucho al frente, ella trata de encarrilarlos, cierra el puño con fuerza, levanta la mano izquierda, titubea, agarra las correas también con la izquierda. Las dos manos al timón de aquella reata canina.

Bebo mi primer sorbo de Peruchi temiendo lo peor. “Este néctar divino me traquilizará”. Zas!, garganta abajo. Su dulce amargo vela mi resquemor. El rasputín enano con fundita de tartán se acerca a mi pie derecho. Horror! Un trago de Peruchi desperdiciado. Un mañana tan primaveral, tan de luzdivina. Iba a ser la mañana de la flor del cerezo, en el lado soleado de la plaza, los transeúntes que van y vienen, pequeños sorbos de Peruchi... ¡Dolce far niente! Ahora, el chou-chou olfatea mis zapatos, me tienta, ni lo miro.

Ya está, no hay vuelta atrás. La rubia se sienta en la mesa de al lado, ¡a mi vera! Apenas nos separan treinta centímetros. Me mira, ni sonríe. Vuelve a mirar. Ata en corto a los perros. El chucho canela me observa de lejos con hocico altivo. Necesito otro trago. “Calma, nena, no ha pasado nada. Esta pandilla no te va a chafar el Peruchi.” Respiro lento, miro al cielo, templo la mano, es la una y media en el reloj de la plaza, alzo la copa, brindo al sol y paladeo con delicadeza mi auténtico primer trago de Peruchi.

El chou-chou y el yorkshire juguetean debajo de la mesa de la tentación rubia. El chucho se planta en jarras entre la silla de la rubia y de la morena, guardián entre el centeno. La rubia abandona una cajetilla de Lark encima de la mesa. Se acomoda el pantalón y el jersey azul cielito. Enciende un cigarrillo. Un trago largo a mi Peruchi entre el humo dulzón del Lark. El camarero carameloso trae una tapa de patatas fritas al chucho que se agacha y le deja su puesto entre las hembras. Me arrellano en la silla, ojeo El Adelanto..., nada, de MiLanzarote punto en boca. Trago largo y buena suerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

otra de ellas

La fiscalía "de momento" no ve indicios para remitir la causa de corrupción al Supremo. Cerré El País. Pagué. Salí del café. En la plaza de Los Bandos, hacía frío. Eran casi las diez de la noche. El día terminaba y acababa de enterarme del notición de la jornada. “Si la fiscalía fuese chica, otra más para el clan de momento.” Pensé. “Ella todavía no lo sabe pero su destino está marcado.”

Las chicas del de momento somos expertas en bandazos masculinos, unos vienen y otros van –que dice ¿la canción?, la poesía?, no sé..., ya no me acuerdo-. Cada vez que un nuevo amor llama a nuestros sentidos, nos preguntamos unas a otras, a pesar de nuestros diferentes enclaves planetarios: ¿cómo se llama?, qué hace?, es guapo? y la pregunta del millón, la clave de toda esta trama: ¿y cómo te va? La respuesta siempre la misma: “Bien, de momento, bien”. Claro que más pronto o más tarde todo se complica, su señora lo ata en corto y los hijos pesan, no acaban de romper con la ’mamma’, no aguantan un quítame allá esas pajas, necesitan seguir seduciendo..., todo se balancea y termina rompiendo.

Un tiempo impreciso -eso sí- más tarde volvemos a los maravillosos momentos del comienzo, a la ilusión y las preguntas. Por supuesto vuelve el de momento. Da igual que ellos sean madrileños, alemanes, franceses, brasileños, gallegos, charros, argentinos, extremeños o suecos.

Este lunes, el asteroide 2009 DD45, de un tamaño estimado entre los 21 y los 47 metros, ha pasado ‘rozando’ el planeta. Su impacto desprendería una energía similar a 1000 bombas atómicas como la de Hiroshima. Este asteroide volverá a pasar cerca de la tierra, pero no se sabe cuándo.
Menos mal!, de momento, sólo ha rozado.

Siempre, de momento?

una de san valentín

No hay nada como darse una vueltecita por Galicia estos días de campaña electoral. Te encontrarás seguro con esos enormes cartelones publicitarios en los que el guapiño de Feijoo te traspasa el achacoso corazoncito con sonrisa cautivadora, ojines de terciopelo y labios de Clark Gable —nada que ver con el sosaina de Herrera. Todavía tengo pesadillas con aquellas vallas publicitarias que daban más susto que el lobo a Caperucita—. Nuestro Feijoo es todo un gentleman con sus trajes de corte anglófilo, el consabido paraguas, imprescindible con las que están cayendo, sólo le falta el bombín a lo Mr. Steed de la serie Los Vengadore. Le sentaría divinamente, seguro, hasta soy capaz de jugarme las ruinosas acciones del Santander.

No me extraña que le lluevan admiradoras a lo largo y ancho de todas las galias; incluso verdaderas enamoradas que no tienen pudor en contar los entresijos de su amor en un blog. Ilovefeijoo.blogspot.com es el rincón de una lucense, estudiante de Veterinaria -o eso dice ella, vete tú a saber—, locamente enamorada de Sir Feijoo.

El suyo es un amor platónico “que me anima, que me fai prestarlle atención, que me mobiliza...”. Nuestra namorada lo tiene claro “El quiere mi voto y yo le quiero a él”, aunque lo suyo no es comunión ideológica a lo Soraya, ni arribismo, “a mí esto de la política no me gusta mucho, lo que me gusta es él, su mirada, sus ojos, lo que dice, cómo lo dice...”.

Ella bien podría hacer suya aquel verso de Miguel Ángel:
“¿quién me defenderá de tu belleza?"

tres mujeres y un plan

Era una fría madrugada de invierno de mantita y televisión. El señor Sánchez Dragó, en su programa “Las noches blancas”, entrevistaba a Carmen Posadas, una señora con apariencia de señorita pulcra y modales de internado suizo, a propósito de su último libro, La cinta roja, una biografía novelada de Teresa Cabarrús, noble de belleza deslumbrante que ayudó a Napoleón al comienzo de su carrera, en momentos de miseria y escasez; incluso le regaló una casaca, hecho que éste olvidó y no perdonó, según repitió varias veces a lo largo de la entrevista.

La siguiente entrevistada era Reyes Monforte, autora del libro, Amor cruel, que cuenta el caso real la abogada valenciana, Mª José Carrascosa, encarcelada en USA acusada de raptar a su propia hija.

Y para finalizar, la señora Isabel San Sebastián presentó Astur, una novela histórica ambientada en el reino de Asturias, en el siglo VIII, con la que pretende recuperar y defender la España visigótica y cristiana.

Las señoritas Posadas y San Sebastián se han decantado por la novela histórica, muy de moda en los últimos años, cada una en su estilo. La primera, como muy bien imaginan queridos, en una onda más glamurosa, más de savoir faire, y totalmente afrancesada. La segunda en un tono de “sagas irlandesas” o “leyendas germánicas” –en palabras de la autora-, más épico, vaya; reivindicando, of course, la España visigoda como germen de la España actual, y cristiana.

Merece destacar el semblante complaciente, la mirada fisgona y coqueta por encima de los lentes, a mitad de nariz, de nuestro ínclito Fernando. Todo un despliegue de las mejores sonrisas, toqueteos de buenas palabras y demostraciones de inmejorables maneras convirtieron la madrugada en un peloteo empalagoso muy de tarde de domingo. Muy complaciente el señor Sánchez Dragó con las chicas.

al abrigo de la escarcha


Todavía era de noche cuando Sara salió de casa. Los copos silenciosos se pegaban a su abrigo, y los pasos resonaban en el callejón de Entrerruas. Al llegar a la esquina vio pasar al autobús. Llegaría tarde. Tal vez ese fuese el último. Y tendría caminar hasta el polígono. Nevaba con rabia. En la calle no se veía un alma, sólo la estela de humo gris. Los operarios del servicio de limpieza pasaron con la máquina sembradora de sal. El banco de la parada de la línea del Cementerio era un carámbano. El frío se le incrustó en las nalgas. Los pies ateridos, los ojos abrasados y el paraguas sin cerrar. Un maullido helador y lloroso la sobresaltó. Bajo el banco, un gatito negro le clavó su mirada amenazadora.

El chirrido de los frenos y la voz cantarina del conductor la tranquilizaron. Amanecía pero el cielo no clareaba. Los copos prendidos en los limpiaparabrisas no dejaban de moverse con precisión de metrónomo: un, dos, un, dos... El semáforo de la Puerta del Ángel estaba en rojo. Un, dos, rojo, tres, cuatro, rojo, cinco, seis..., rojo, trece. El semáforo se abrió. “Y..., ya saben señores oyentes: hoy, martes 13, como dice el refrán: no te cases, ni te embarques.” Recordaba en la radio un tertuliano de voz clarividente. Sara echó una última ojeada a la alianza, la arrinconó en el fondo del bolso y pulsó el timbre de parada.

contra los maltratadores

22 de febrero
La nieve ha dejado un cadáver de paloma en el patio de mi casa. Ayer tenía una armadura de hielo blanco, fría y brillante. Esta mañana todavía estaba allí con sus plumas grises, blancas y negras agitadas por el norte helador.

29 de febrero
Más nieve, más frío y más noches con sus siete días. La paloma permanece en el patio, rígida y helada como la muerte. Sus plumas cansadas ya no se dejan agitar por el viento. Dos pinzas de plástico verde velan su cadáver.

10 de marzo
Los días van consumiendo a la paloma —y van diecisiete—. Ha perdido esos 21 gramos y todo el peso del alma. Más enjuta y delgada, toda piel y plumas. Tan solo añadir una pinza rosa y un calcetín al velorio. Ni tan siquiera huele: el frío conserva los muertos.

14 de marzo
Con el sol llegaron los pájaros, pero solo los enanos del quinto se atrevieron. Jugaron al “dale que no se mueve” dejando un rastro de canicas, un “pin y pon” jardinero con su maceta, el espejo dorado de barbie-princesa, una goma roja... Aquella esquina del patio ha tomado el aspecto de un panteón. Nuevas pertenencias acompañan a la difunta.

La mujer
El golpe de la puerta al cerrarse, el correr del agua en la ducha, las agrias voces del marido, el llanto suave y delgado de la mujer, el jaleo de los niños en el patio no presagiaban nada bueno. Como todos los días abrí la ventana y busqué con afán aquella compañía pero la paloma ya no estaba allí, ni rastro. El hombre del primero arrasó con todo: las pinzas, el cadáver escuálido, las canicas, el espejo...


25 de noviembre, contra la violencia doméstica

la duda del mes

la duda del mes

No sé si hacerme un tratamiento de fertilidad, como la señorita Beloki, y que me den la baja laboral unos mesecitos.

sans adieu 1, 2, 3

Pero..., este majadero no va a dejar de largar? ¡Qué voy a saber yo de válvulas, so pelma! Que se lo cuente al jefe. Sí, ya tengo la tarjeta, pesado.

—Sí, Paquita, tengo unos precios increíbles. Mejores precios que la competencia, dónde vamos a parar. Este año arrasamos.

Qué mujer, por dios, con ese jersey ajustadito y ese par de melones. Y que no se dé la vuelta, porque como me enseñe el trasero y la raja de la falda... Si ya no sé lo que le digo. Y cómo huele, qué finura. Cada vez que vengo un perfume diferente. Esta no gana para perfumes. ¡Qué olor!, si parece que le nace del canalillo.

—Y los catálogos? Que me dice.... como puede ver impecables. El mejor papel, y todo muy detallado, todos materiales, las diferentes medidas, todos los precios.

¿Esta mujer que hace con la tarjeta? La acaba de doblar por una esquina. ¡Anda!, y ahora la arruga. Será boba, si aún le voy a tener que dejar otra.

¿Y éste qué mira?. Como no deje de mirarme se lo pregunto: ¿Y tú qué miras, listo? Y se queda tieso, porque estos viajantes mucho rajar y luego na.

Dale con la tarjeta, pero esta mujer está histérica, la ha tomado con la tarjeta. ¿A que la deja pa la rastre? Ya verás. ¡Ay, ahora!, ahora se ha apoyado en el mostrador. ¡Qué mareo, jesús! Si ya no puedo respirar. Pero qué tufo! Esto ya no es perfume, es una peste, esto aplatana

—Me permite una pregunta, Paquita,
—Sí, faltaría más.
—Ese perfume que usa, que huele tan bien, ¿de qué marca es? Es por curiosidad sabe, es la primera vez...
—Es francés. Me lo regaló el jefe. De cuando fue a París. Una reliquia o algo así, me dijo. Se llama Sans Adieu. Aquí no se encuentra. Muy caro.

San adié, san adié, dice ésta en plan finolis como si supiese francés. Anda que te voy a dar rubia salerosa. Si esto huele que se las pela, no hay quien lo aguante. Huele a vieja. Ahora, para colmo, me pica la nariz. Parece que tuviera pimienta, o sabe dios qué. ¡Joder! Qué calvario. Esto no hay quien lo aguante. ¡Anda!, y esta tonta ha acabado con la tarjeta, la ha estrujado por completo, la ha dejado hecha un gurrullo.

—Atchiiiiis, atchisss, atchis...

Lo que faltaba. Ahora, el pringado éste no para de toser y rajar al mismo tiempo.

—Lo siento, Paquita, pero tengo que dejarla. ¡Atchisss! Aún me quedan varias visitas por hacer. Uy, qué catarro éste. Le dejo una tarjeta y los catálogos para su jefe. ¡Aattchiss! Y hale a seguir así...

“Muy caro” le ha dicho el otro jetas a ésta incauta. De dónde habrá sacado esa peste de perfume. De París... Ya me gustaría verlo.


sans adieu 1, 2, 3

—Señora Fitzgerald, el señor acaba de llamar. Dice que volverá un poco más tarde. Los asuntos en la Bolsa se han complicado. Llegará con el tiempo justo para cambiarse e ir a la opera.

“Los problemas en Wall Street no han hecho más que empezar. Hay que buscar la manera de resguardarse, o la crisis puede tocarnos de lleno. Aunque, por el momento, cariño, no tenemos por qué preocuparnos”, dijo Frank anoche. Malos tiempos, todo el mundo lo dice. ¡Oh, dios! Son las seis y media. Tomaré un sándwich y me vestiré antes de que Frank llegue.”

Alina abrió el nuevo perfume recién comprado en Macy’s. “Recién llegado de París. La última fragancia de Worth, Sans Adieu. Puede probarla. Creo que le gustará. Es diferente, exquisita y suave”, le había recomendado la dependienta de la sección de perfumería. Pero no fue el aroma a melocotón y limón, lo que la convenció; fue el envase lo que la cautivó: un cilindro de cristal verde oscuro, sobre una base de cromo y madera. De nuevo, leyó la firma grabada en la base del frasco: “R. LALIQUE”. Lo sostuvo entre sus dedos con delicadeza y temor como si se tratase de una frágil obra de arte.

“Original. Realmente genial. Sólo un artista puede lograr un diseño tan diferente para un perfumero. Pero no supera a sus joyas, las prefiero, creo... Desde luego la tapadera en forma de cono con esas láminas redondas, unas encima de otras, sin llegar a tocarse. Muy diferente de lo visto.”

Alina había elegido para esa noche un complicado vestido de chiffon color crema, sin apenas escote, que emitía un sonoro fru-fru cuando se movía por la habitación.
“Tal como están las cosas, nada de negros. Mejor un tono alegre y sin estridencias.”

Cuando Frank entró en el apartamento, Alina estaba sentada delante del tocador enfrascada en adivinar los aromas de su nuevo perfume.
“Una fragancia sofisticada, con cierto aire nostálgico, eso había dicho la mujer de Macy’s. Tenía razón, un olor diferente como su frasco."
Colocó un par de gotas en sus muñecas y las olió con calma.
“Sí, algo de jazmín, al principio, y azahar.”
No escuchó la voz lejana de Frank que la saludaba desde la puerta del despacho.
"Gotas de limón, violeta o narciso, tal vez."
Alina sintió el frío cristal del aplicador en el lóbulo de su oreja, una punzada en la piel que le atravesó el corazón. Una gota dulce y primaveral resbalaba por su cuello.
"Y un regusto final a melocotón con toques de sándalo, no sé..., o tal vez algo más amargo no tan dulce, quizás...”

Un estadillo amargo y fugaz resonó en toda la casa. Un hilillo helado recorrió su espalda. Asustada, abrió la puerta del despacho. Frank se había disparado un tiro en la sien.

la niña

¿Se acuerdan de Twin Peaks? Laura Palmer fue asesinada y todos con una camiseta la matamos.

He visto la foto del viernes en El País y lo primero que me vino a la cabeza fue mi camiseta “I killed Laura Palmer”. Papelitos blancos y azules —azul como la tostadora de Espe—, caritas redondas y algunas gafas, melenas sedosas y cuidadas, perlitas en las orejas, sonrisas de Victoria, dientes como céfiros; ellas también tienen su camiseta: “Soy la niña de Rajoy”.

Pues no. ¡Qué venga Hillary Clinton! Ya tengo unos cuantos años, voto cuando quiero y digo casi siempre lo que quiero. Soy una señora y no una niña. Padre sólo quiero uno —biológico— y nada de protecciones, ni melindrosos cumplidos.


cuatro más

"No siempre en su cuarto oímos llorar a su mujer."

"En la cara de la mujer, un miedo secular a la cólera asomó a sus ojos. Él vió como se derrumbaba la luz en el rostro de ella."

"Ya está otra vez ahí, una herida que porque ya estaba dicha no hacía menos daño. (mi memoria para cuatro mujeres asesinadas)".

De la pequeña Donnadieu.

en provincias

Es lo bueno del TALGO; pude leerme de una sentada el librito del señor Umbral. Allí en mi asiento de ventana plana, con los auriculares a modo de barrera aislante, con la mirada ausente clavada en el secarral zamorano, en las montañas verde azuladas de eucaliptos, o con vistas al volvía a sentir el tacto áspero del uniforme colegial. A lomos de los chirridos acerados de las ruedas del tren viajaba en ruta serpenteante hacia los olores de aquella época de “tedio y plateresco”: el olor del pupitre con tapa de formica, de la goma Milán de nata, de las manchas de tinta china en la madera, del pegamento y las carpetas de plástico.

“Del fondo del pupitre te viene todavía el aroma de la infancia, el olor del pecado... No eres sino, quizá, el desarrollo y la propagación de todo lo que contenía, revuelto, el fondo de tu pupitre. Llevas en el alma, llevas por alma un fondo de pupitre escolar con libros prohibidos, películas prohibidas y nombres prohibidos. ... y ahora, naturalmente vives en la pura transgresión, vives la transgresión... “

“Qué llama blanca cuando todavía conservabas el cristal puro, cuando tornabas a tu reclinatorio con la cabeza baja, las mejillas encendidas, las manos juntas, los pies torpes, los ojos cerrados y el corazón fuera de sitio. Pero la noche, oye, la noches te trabajaban, la luna era la sutil visitadora de tus desvelos, y lo que ganabas de día lo perdías en el sueño o en la vigilia. Ibas para santa, para mártir, para virgen para beata o abadesa, pero estaban las noches.” Carta abierta a una chica progre. Francisco Umbral.

julieta de los espíritus

El concierto de Julieta Venegas era un concierto para chicas. Muchas, muchas chicas en el Sánchez Paraíso el día de la mujer trabajadora. Todas coreaban sus canciones: las tímidas susurraban aquello de “yo te quiero con limón y sal, yo te quiero tal y como estás,... yo te quiero si vienes o vas...”; las chicas de ojos grandes voceaban con voz de tango: “Porque no supiste entender a mi corazón, lo que había en él porque no tuviste el valor de ver quien soy... No voy a llorar y decir que no merezco esto, porque es probable que lo merezco pero no lo quiero, por eso me voy que lástima pero adiós, me despido de ti y me voy, que lástima pero adiós me despido de ti...”. Las frágiles japonesas musitaban con ojos lánguidos y mano tenue: “eres para mí, me lo ha dicho el viento, eres para mí, lo oigo todo el tiempo, eres para mí la sombra que pasa, la luz que me abraza...”. Las rebeldes de flequillo raso y pies inquietos canturreaban las versiones de Los Tigres del Norte y del señor Calamaro.

Y ellos..., ellos miraban embelesados el mohín coqueto de Julieta cuando entornaba sus redondos ojos negros y echaba su cabeza y su pelo hacia atrás, por encima de sus hombros.

en la carnicería

La mujer talle de avispa esperaba su turno en la carnicería. Sesenta y cinco, negro, impar, parpadeó titubeante en el marcador electrónico de contornos redondeados. La mujer rubia de jersey verde pistacho y culo apretado detalló con voz sibilante su pedido.

Como un golpe de mar sintió un aliento de brisa veraniega en la nuca. Un olor salobre y penetrante la envolvió. Una marea masculina ascendió como un hilillo frío espalda arriba. Se volvió, un hombre moreno de mirada oscura y torrencial exhibía su número. La mujer talle de avispa dio un paso atrás, su nalga rozó aquella verga resbaladiza bajo el vaquero deslucido. Insistió. El hombre no se resistía. Allí seguía agitando su número: él era el siguiente.

paris era una fiesta

Una rubia con cara de chihuahua, que está forrada, dice que "toda chica que se precie debería tener al menos tres animales: un tigre en la cama, un jaguar en el garaje y un borrico para que pague las facturas". ¡Horror!... Y yo a vueltas con mi granja de playmobil, si ni tan siquiera existo.

entre rubias anda el juego/3

Ellas son la madre de todas las rubias, son las rubias XL, ya sean altas y fuertes o tamaño chatito, de brillantes ojos claros que apenas se vislumbran medio ocultos entre las cejas y los carrillos. El centelleo de cera de su piel, que delata la grasa latente bajo los poros, contrasta con el tono marmóreo de las rubias gélidas. Simpáticas y ocurrentes, contentas en sus redondeces, de mente ágil y rápida, y lengua afilada, consiguen dejarte patitieso entre sonrisas, guiños de ojos, y un bocado de melón.

Trinidad Ibarra era una rubia oronda y alegre, que cuidaba su lacia melena noche y día sin descanso. Todos sus útiles y herramientas campaban a su anchas por el baño y las afueras: el champú de camomila, la crema suavizante, el peine de carey, la hidratante,la mascarilla, el cepillo de púas metálicas y el de diario. Entre sus cuidados cotidianos practicaba el cepillado y aireado nocturno unas cien veces, mínimo,con la música de Génesis enredada por los rincones de la casa.

Trinidad era una experta cocinera que conocía los secretos trucos familiares para alimentar a la tropa de famélicos, que nos sentábamos a su mesa, con tan sólo medio paquete de espaguetis y un tomate. Aún en los momentos de escasez tipo racionamiento —ni siquiera patatas en la despensa— no faltaba el mantel de algodón en la mesa, rescatado de las sobras del ajuar familiar. Llegaba con la olla, la dejaba al lado de su plato y con ritual de misa de boda nos servía uno por uno, con el cucharón enjaezado en el brazo derecho y un sonrisa complaciente en la mano izquierda. Después de mucho insistir, me enseñó a preparar bonito con arroz —mi plato estrella—, pero a la hora de la verdad nunca me dejaba cocinar, con gesto de diosa de los fogones y voz de pastel de crema, me decía: “Deja que ya, lo hago yo..., tú friegas”. Sin opción, ante sabiduría culinaria de tal calibre, me labré una larga carrera de friega platos en los pisos que compartimos esta rubia y yo.

A Trinidad, le gustaba halagar y dar de comer a los hombres. Seduce con la buena mesa: el mantel y las servilletas siempre a punto, los tenedores y cuchillos en su sitio, los vasos de cristal sin manchitas, el pan de horno. Y ellos..., ellos no quedaban nunca con hambre.

entre rubias anda el juego/2.1

entre rubias anda el juego/2.1

A vueltas con las rubias gélidas, y mira tú por dónde ayer mismo, en el último concierto de pop nórdico en la sala Marte del CAEM, tropiezo de bruces con las tres chicas suecas de Midaircondo. Dos de ellas por el libro: el pelo de un rubio que deslumbraba bajo las luces moradas del escenario, la piel láctea mancillada en el pecho por una rojez soleada, delatora de un escote en pico, y brazos rígidos como filetes de pollo recién sacados del congelador.

Ni el verde trigo verde de sus vestidos emperifollados: escote palabra de honor y falda de tules con todos los colores del verde; ni los tules enredados entre jirones, ahuecados y fruncidos en varias pestañas, con vueltas y pliegues recogidos por broches rosa brillante; ni sus amables y educadas palabras podían evocar a las tiernas princesas encantadas.

Las rubias salvaguardadas por una maraña de cables, baterías, mesas de mezclas, micrófonos y varias Apple Computer acabaron por aprisionarnos entre los ecos de sonidos tecno-industriales, los gritos agudos de las gargantas quemadas por el viento helado, las voces oscuras de los que viven en los días sin noches, y los gestos sutiles de las manos que pulsaban la flauta y el saxo.

Y me acordé de Björk, pero sobre todo recordé lo que me había confesado mi amigo, el gitano: que no le gustan las nórdicas, siempre hay algo en ellas que permanece oculto, que no desvelan, ni permiten que lo descubramos.

entre rubias anda el juego/2

entre rubias anda el juego/2

El tipo rubia gélida, a lo Ingrid Bergman, Tippy Hedren o Kim Novak, encandilaba a nuestro querido Hitchcock por ese supuesto fuego en el cuerpo oculto entre la severidad de los gestos almidonados. Estas rubias con piel blanca de mármol de difuntos, ojos contenidos y afilados, desfilan lejanas y elegantes ante la mirada chispeante de una reata de embobados que caen seducidos y acojonados.

Si a alguien le sentaba bien aquel uniforme anodino: blusa blanca, chaqueta y falda tableada azul marinos, era a Jimena Olmedo. Alta y escuálida, cara ovalada en la que no destacaban aquellos diminutos ojos verdes paciencia, que dejaban su amplia frente en un vacío absoluto, el pelo lacio, largo, de color trigo requemado parecían hechos para el uniforme de chica discreta y aplicada.

El profesor Guitian disfrutaba llamándola al encerado después de un repaso completo a la lista sin resultado alguno, en un fallido intento por resolver el enrevesado problema de integrales con los que solía castigarnos en las mañanas de los lunes.

—Señorita Olmedo, al encerado. —Vociferaba satisfecho después de tomarnos el pelo sin reparo por nuestra poca cabeza numérica.

Y la Olmedo se levantaba más tiesa que una vara, con la melena cargada en los hombros y la cabeza erguida clavando los ojos en el último infinito de un logaritmo que brincaba en la pizarra verde. Caminaba tímida, despacio, pero segura de conocer el camino y la respuesta.

La Olmedo cogía la tiza más larga que encontraba entre sus dedos aún más largos, no adelantaba ni una remota idea de la solución, ni un gesto delataba sus intenciones, simplemente comenzaba a desarrollar un largo chorizo de fórmulas, asociaciones y conversiones: despeja aquí, sustituye allá... Nunca explicaba nada, se limitaba a engarzar números y símbolos acertadamente. Remarcaba el resultado en un cuadrado con fuerza y decisión, sacudía las manos y volvía a su pupitre con la cabeza baja y la mirada ausente entre las baldosas del suelo. Y el señor Guitián, en una gracia a su rubia favorita, nos explicaba la resolución del problema al pelotón de las torpes, con desgana y pocas palabras.

La señorita Olmedo, después de terminar la licenciatura en Medicina en los seis años establecidos, se decantó por la psiquiatría contra todo pronóstico y para frustración de su empedernido admirador.

entre rubias anda el juego/1

entre rubias anda el juego/1

De las variedades femeninas que voy encontrando, resultan las rubias un complejo vitamínico reconstituyente y dispar. Hay dos tipos de rubias, bueno, pensándolo bien creo que son tres, aunque la doctrina más ortodoxa considera al tipo bellezón como un subtipo de las gélidas.

El tipo rubia bellezón con curvas y salerosa es sensual y atrevida. Suda sexualidad, esta mujer frondosa que no usa ningún rexona que la entierre bajo los aromas de los limones del caribe. Una especie de Silvana Mangano en Arroz Amargo pero de piel blanquita y sienes doradas. Desde luego –sí, han acertado ustedes—, es el modelo Marilyn Monroe, Brigitte Bardot..., o Purita, la de Ortega, que detuvo su vestuario en los modelitos de juventud, y continúa fiel a sus falditas ajustadas, zapatos de tacón de aguja, jerseys entallados y blusas con doble pinza en el pecho. Ella es el orgullo de su marido, un médico conocido que dejó estupefacta a la provincia cuando abandonó a su señora, una pavisosa niña bien, por esta rubia que abusaba del maquillaje y no escondía sus gracias, y al que los amigotes aconsejaban ponerle un pisito en la capital. Desde ese día, Purita ha tenido que demostrar día a día que es una excelente cocinera, que su boyante boutique no es un tapadillo prostibulario y, por supuesto, que no es un putón verbenero.

milena

milena

Todos los jueves, con el último mordisco en la boca y el yogur esperando sobre la mesa, suena un timbrazo cauto y escueto en la puerta de mi casa. No hace falta que mire el reloj, son las cuatro. Milena llama a mi puerta, y espera paciente con la bolsa repleta de sus herramientas: guantes, zapatillas, un viejo vestido de franela con flores marrones y verdes.

Milena abandonó a sus enfermos del viejo hospital de Cracovia, las noches en blanco cargadas cloroformo y lamentos; guardó sus vestidos demasiado abrigadores para el caluroso verano del Sur; regaló el gato a su mejor amiga; devolvió el violín a su padre y, tras varias vueltas de tuerca, decidió acompañar a Tomasz en la nueva aventura.

Sin mediar palabra, comienza sus tareas con orden y quehacer minucioso: pone la lavadora, recoge los restos de mi desorden, limpia las habitaciones, sacude la alfombra de bolitas de colores –es su favorita, lo noto-, y coloca de nuevo los libros, los recortes de periódicos y los discos en el mismo desorden para que no me pierda. Con precisión programada, a mitad de faena se permite un respiro: se sienta en la cocina, fuma un cigarrillo y come un plátano: “En Polonia, erran muy, muy carrisimos”, me aclaró con ojos azul opaco, la primera vez que la vi con el plátano en la mano. Después de su dosis, cargaría con el mundo a sus espaldas. Termina la cocina; busca un extra en la lista de tareas domésticas más tediosas –los cristales, sin ir más lejos- y se pone a ello con tal ahínco como si la capa de polvo nos impidiera ver la ciudad. Por último, plancha los trapitos sin una arruga, con tal rapidez y tino que me tiene sobrecogida. Milena nunca tiende la ropa interior en el tendedero del patio de luces, prefiere el radiador de mi habitación para las bragas y sostenes.