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Emma B. El diario de una chica de provincias

en provincias

volando voy

Pasan de las doce y media. Es viernes pero apenas circulan coches, los peatones caminan deprisa. El viento sopla con fuerza en la avenida y las hojas de las catalpas se arremolinan en el chaflán de la esquina. Parece que han abierto las puertas y el ventarrón de la llanura se cuela sin avisar. Las hojas de arces y plátanos se agitan y ondean entre las banderas de plaza de España.

Este césped raquítico y cursi de los jardines de Torres Villarroel se ha cubierto de hojas tostadas y amarillentas de los castaños de indias y las catalpas. Un ráfaga las mece, se revuelven en su lecho y caen dormidas. Otra las zarandea a un lado y otro, y varias despistadas acaban debajo de un BMW blanco. Vuelve otro airón nocturno, húmedo torbellino, una nube de catalpas corre sin mirar atrás, los cielos luminosos de las farolas las esperan. Me gusta este otoño ventoso.



improvisaciones


Salgo de casa, aprieto el paso y llego a la Casa de las Conchas antes de que cierre la biblioteca. En el patio, veinte figuras de gris declaman sus frases en las ajadas escaleras de piedra: "Lo esencial es invisible a los ojos", recita en un suspiro azul la joven rubia. "Morgen mit exstrperwell zussmanewl eichmerthberg", proclama el muchacho de ojillos curiosos y calcetines arco iris.

Entre el público una retahíla de jóvenes americanos observan asombrados. Subimos al primer piso, las figuras grises ejecutan su performance en lento viaje, y nosotros tras ellos como persiguiendo el deseo que se nos escapa: una mano en el aire, un hombro que vibra, una rodilla resbala, un pie suspira, la otra mano suplica, la cintura se quiebra, una espalda que vuelve, los ojos ausentes, los muslos invisibles, las cabezas inmóviles. Los flautistas les conducen y nos llevan, el baile del fin del verano. En la puerta del fondo, la mujer de pelo rojo revela: "Yo, entretanto, tejía mi gran tela en las horas del día y volvía a destejerla de noche a la luz de las hachas." y nos invita a entrar en la gran casa de piedra. Los actores esparcen el gris por la sala de lectura frente a las estanterías, encima de la mesa. La muchacha del pelo azabache canta una nana en euskera, una walkiria de ojos azul polar recita en alemán de nieve y una francesa de piel transparente musita a la luz. Papel y bolígrafos caen sobre la mesa, frases para el público. El hombre de voz del fondo de la tierra me deja un papelillo en el bolsillo: "Tu presencia en mi ausencia".Joder!, las dos y media, la pequeña donnadieu me espera en las escaleras de la "ponti" con su gran novedad.

-Menudas horas, so pelma! Al fin, dejo la metrópoli. Me voy para la costa.

Un rastro de sol se cuela entre los nubarrones, tropieza con las cúpulas de la Clerecía, rebota en la concha ausente y se desliza calle abajo. Está tan lejos la costa.

sábado noche

Medianoche. Brisa de escarcha sobre mi ’Beirut’ y el escuálido rosal de mi balcón. Me instalo en la ventana al acecho de las idas y venidas de los ratoncillos noctámbulos.

El vecino del bloque de la esquina sale a fumar al balcón. También observa ’Beirut’. Ni un alma.

Alguien sube, las planchas metálicas que guardan las trincheras rechinan a saltitos. Una adolescente que vuelve a casa.

Los ratoncillos siguen sin aparecer. Es sábado, hay fiestón en las alcantarillas. Misspiernas lleva varios días sin asomarse. La ’reina cotilla’ suspira y cierra la edición.

charribosnia

Ratas! Ahora las ratas pasean a sus anchas entre las vallas, los montículos de tierra y las llaves de paso. Estas últimas noches apacibles de otoño, las ratas surgen como suspiro de las zanjas, corren que se las pelan, corretean entre los pies y vuelven a sus guaridas de alcantarilla. Esto ya parecen Orán, o las calles de NYC en verano. Subo armando un escándalo del trece con la vana ilusión de que no asome el hocico.

charribosnia


De pie frente a la ventana con las manos apoyadas en el alfeizar de la ventana, miro la calle. Es de noche, la luna menguante parpadea entre los nubarrones. Las obras han levantado las calles de cuajo. Una carnicería, el abre y cierra zanjas de los últimos meses –ocho veces!—. Sin farolas, sin aceras, montones de barro, vallas metálicas que aislan la acera derecha de la acera izquierda, máquinas, tubos de politileno, sumideros, válvulas de paso, y el silencio. Una voz interior me dice que tiene su gracia: dos meses sin coches, ni tan siquiera el camión que recogía la basura y apenas caminantes. Los peatones evitan bajar por este campo de batalla, con sus trincheras de nunca acabar, sus tropas que lustran con calma la artillería pesada, y en el que tan sólo faltan los gemidos y blasfemias de los moribundos, de los heridos, aunque, tal vez, ya tengamos alguna baja en esta charribosnia del plan E.
La vecina del cuartel apaga la luz.
Me siento ante el ordenador con el propósito de escribir una carta. Mis dedos me traicionan: “Toda una vida para abrir una zanja”, parpadea en la pantalla.

el rastro

A la una, el sol caldeaba con salero el aire madrugador. En el rastro, los puestos reventaban de mirones y taimados, sobre todo los de bolsos y camisas de falsos Prada, Gucci o Ralph Lauren, poco interés por las plantas y nada por la quincallería del fondo.

Mi puesto favorito es uno de ropa de segunda mano, especializado en chaquetas, pantalones y abrigos de piel. Me encanta ponerme esas chaquetas usadas por quién sabe en algún lugar del mundo, gastadas de tiempo, con alguna rozadura, cicatriz de un descuido al apoyarse en la balaustrada del Pont Neuf o con huellas de carmín recuerdo de un amor perdido. En esos instantes me siento arropada por el calor de unos extraños, una nueva piel con memoria me protege. Casi, casi puedo oler los perfumes de sus dueños. En abril, un chaquetón de piel con bordados de colores escondía en su cuello de cordero melenudo un ligero aroma a lavanda y patchouli, quizás recuerdo de sus días en Woodstock. Esta mañana había varios gorros de visón marrón muy de la bella Lara y un precioso casquete de astracán marrón con mini visera al estilo de las chicas Courréges de los sesenta. Made in France. Huele a restos de champán y madera. Ya no puedo seguir sin él a pesar de su forro maltrecho. Sé que sus dueñas me protegerán en las noches de destierro helado y mantendrán mi cabeza fría y el corazón caliente.

fin de fiestas

"-Sean sinceros. ¿No les parece estúpida esta celebración de fiesta patria? ¿No les parece que hay mucha risa y mucho escote, mucho alcohol y mucha gomina, mucha organza y crema de Chantilly, mucho jazz y tabaco rubio?"

Yo, yo y yo (Monodiálogos paranoicos). Juan Filloy.

Aquí sustituiríamos el jazz por la musiquilla peliaguda, por lo demás igualito, igualito.

ciudades, graffitis y palabras

ciudades, graffitis y palabras


charrycenicienta

la bombilla


Ya tengo la bombilla de Sebastián. Ha tardado, incluso llegué a pensar que lo había soñado como cuando sueño que he perdido a misombra y al salir a la calle ahí está, sin quitarme ojo. Tras tanto esperar ya no sé qué hacer con ella, si buscarme un enchufe para amante de alto cargo que me monte un pisito; ponerla cual peineta estilo Martirio, aprovecharla como pisapapeles emulando al "pisapapeles príapo" de Man Ray pero en castrati, o donársela a Milanzarote ahora que habrá quedado a oscuras tras la última iluminación regulativa de las callecitas.

También tengo del programa de las charrifiestas 2009, y para que no me lo pierda han colocado el desfile procesional-ofrenda floral a las siete de la tarde. Allí estaré en primera fila, cámara al hombro dispuesta a fotografiar a Milanza uniformado de charro. Como no vaya le planto en el altar, y me voy con Pepiño Blanco que últimamente arrasa -siento ponerme dura Toisa, querido, pero si no este hombre me deja compuesta y sin novio-.

Estoy muy preocupada, voy a tener que dejaros desatendidos niños queridos porque con tal programa petado de acontecimientos que ha preparado Milanza: el concurso hípico, el concurso de petanca, los pasodobles toreros, el torneo de fútbol sala, la pelota a mano y el tenis, la concentración de tamborileros, la demostración aérea, Lauren Risueño y el baile de sevillanas, voy a terminar rendidiña. Uy! y aún tendré que buscar un hueco para no perderme a mis queridos Les Enjoliveurs. Tal vez la solución pudiera ser acoplar la bombilla de Sebastián a mi achacoso corazoncito y que me mantenga despierta y lúcida escribiente para contaros los pormenores de todos estos prometedores aconteceres. ¿Será posible, doctor?

cascabeles y olitas

Todavía no ha comenzado a calentar. Florita no le ha puesto la gorrita de béisbol verde a sus caniches, en pelota picada los lleva sin rebequita, ni abrigo. Con los ojos cargados de rimmel y labios chillones y el palmito azabache y azucena, Florita pasea calle abajo con sus perritos lanitas beiges. Ellos con sus cascabeles cantarines al trote tiran de Florita con brío y alegría: es sábado, han desayunado galletitas y corre una brisa apacible; y ella..., ella en cualquier momento comenzará a cantar: "Corre, corre caballito que a mi casa estoy llegando..." con voz de olitas del mar Muerto.

barquitos de papel


Hay días en que debería sacar el látigo -eso sí de terciopelo- y atizarme un rato porque me lo busco. Ya veis... con lo poco que me gusta madrugar y no desconecto el despertador, así que a las ocho menos diez no sé que individuo largaba no sé que cuentos en radio 5. He seguido amodorrada un rato por tentar a los sueños y estas cosas, pero al final ya no he podido volver a dormir. He desistido y aquí me encuentro contando mi madrugón y la noche de noctilucas nadadoras.

Ayer comenzó el 5º Festival de las Artes de Castilla y León. El evento más interesante de la noche se anunciaba así: "El viaje inmóvil. Pequeños barcos de cartón fabricados artesanalmente por los salmantinos navegarán a través del Tormes en un viaje inmóvil e iniciático, símbolo de unión colectiva."

Estas cosas del agua siempre me atraen. Yo también quería hacer mi barquito y que navegase por el Tormes. Después de la consabida búsqueda en google conseguí hacer dos barquitos de papel, uno rojo y otro marrón que quedaron muy lindos. Allá nos fuimos a la terraza del casino -enclave privilegiado a la ribera del Tormes- para cenar algo y ver en primera línea ricamente instaladas el evento.

Efectivamente, luceros que caminan sobre las aguas, barcazas con ruedas de fuego, sonido de tambores, campanas, fuegos artificiales, música con aire dodecafónico, que resonaban entre los juncos y los mosquitos y un montón de lucecitas como luciérnagas sobre el río, pero todo lejos, muy lejos de nuestra balconada. El meollo de la instalación se desarrollaba más allá del puente de hierro. Cuando todo terminó pudimos botar nuestras naves río abajo desde el pequeño embarcadero colgante, después de bautizarlas con nuestro nombre y pedir dos deseos. Ya sabéis, en estas noches de brujas, fuego y agua siempre hay que terminar pidiendo un deseo.

paracuellos

paracuellos De pequeña fui una fiel lectora de comics y tebeos desde Capitán trueno a TBO, de mayor me pasó la fiebre, ahora con las canas a cuestas me dedico a las viñetas de mi pantalla de ordenador. De mayor uno de mis favoritos era Paracuellos de Carlos Giménez, aquellas historias de los pobrecitos niños atrapados en los horfanatos del Auxilio Social con unos dibujos tan apabullantes que me destrozaban el corazón. Creo que en el fondo me devolvían a la infancia, a la cenicienta y la bruja malvada y estas cosas, ya sabéis. Claro que no he llegado al extremo de mi amigo el banquero que se lo lee a su hija de once años que llora con las desventuras de los "hijos" de Girón. Las caritas de susto, tristeza y hambre de los niños de Paracuellos las he encontrado en un estupendo graffiti en la pared del pabellón Würzbug, en la ctra. de Valladolid. No sé si el amigo graffitero lo conoce si no se lo recomiendo, tal y como pinta le encantará el señor Giménez.

cipreses

Fresas, tostadas con aceite y café, era el comienzo de un largo día de abril. La calle extrañamente silenciosa.

Los soportales de la Plaza una colmena de niños, mujeres, varones y de libros vapuleados por el sol. Un paso a la izquierda, de bruches caen mis pupilas castigadas sobre El niño del pijama de rayas, El extraño caso de Benjamin Button o la reedición de Paracuellos, estupendas historias comiqueras de los niños del Auxilio Social de Carlos Giménez. Niños de cara estrecha, ojos asustados y pelo pincho.

Tres pasos y un traspiés en las canillas, más niños con pijama, más Ken Follet y, ¡oh, sorpresa!, La Historia de España de Vidal y Jiménez Losantos. Intento alcanzar el siguiente puesto librero, un joven con cara lelo y nariz despistada me empuja de lado. Dos pasitos, una parada, medio empujón, cinco transeúntes esquivos, los Cuentos de Aldecoa, ni rastro de las Obras Completas de Shakespeare: "Están agotadas". Lo que me faltaba por oír, Shakespeare agotado... Un niño tira con fuerza del bolso y me confunde con la mama, dos jóvenes ojean el último Menkell, dos pisotones, un otear el puesto de las reliquias usadas, más calor, el sol en los Artículos de Larra, la frialdad en los gestos de los visitantes, el sudor en las manos escarchadas, ansiedad en la boca que bosteza, inquietud en la mirada acorralada. Y allí está enorme, entre los restos de colecciones, con pastas duras, letra menuda, y diez años a cuestas: El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Me regalan un marca páginas de Larra y en estampida atravieso la Plaza hacia los quietos cipreses de la plaza de La Libertad añorando los Cuentos Completos de Poe.

"En estas impresiones sin nexo, ni deseo de nexo, narro indiferentemente mi biografía sin hechos, mi historia sin vida. Son mis Confesiones y, si nada digo en ellas, es que no tenga nada que decir.
¿Qué tiene alguien que confesar que valga o que sirva? Lo que nos ha sucedido, o le ha sucedido a todo el mundo o sólo a nosotros; en un caso, no es novedad, y en el otro no es cosa que se comprenda. Si escribo lo que siento es porque así disminuyo la fiebre de sentir. Lo que confieso no tiene importancia, pues nada tiene importancia. Hago paisajes con lo que siento. Hago fiestas de las sensaciones. Comprendo bien a las bordadoras gracias a la amargura, y a las que hacen punto de media porque hay vida. Mi tía vieja hacía solitarios durante lo infinito de la velada. Estas confesiones de sentir son solitarios míos. No los interpreto, como quien usase cartas para saber el destino. No los ausculto, porque en los solitarios las cartas no tienen propiamente valor. Me desenrollo como una madeja multicolor, o hago conmigo figuras de cordel, como las que se tejen entre los dedos estirados y se pasan de unos niños a otros."
El libro del desasosiego. Fernando Pessoa.


mi lulú


Holly dice que los perritos acaban pareciéndose a sus dueños -nena!, por dios no te compres esa mezcolanza de perro y cerdito, eso no le sienta bien a nadie-, y me he acordado de mis amigas las súper-ejecutivas, que trabajan 24 horas, y de su perrazo de pedigrí que pasa los días en un estrés permanente: ora jugar con el hueso, ora carrera por el pasillo, ora saludos en el balcón, ora lamer las pretty ballerinas de sus amas, ora hincar el diente a los chucho-chuches, ora sesión de peluquería, y tras una jornada maratoniana cae rendido a los pies de mis superchicas, agotado, sin ánimo para carantoñas, juegos y placeres varios, sofronizado con la tele.

Desde entonces, todo estos días en mis paseos de siesta, cada vez que veo un can con su paseante trato de buscar el parecido. Hay mujeres escuetas con perritos de juguete, hippies de pachulí -el perfil de hippie no está completo sin el chucho de marras, lo he verificado- con perros pulgosos, familias de fin de semana con perros guardianes, solitarios paseantes con canes ensimismados, adolescentes a la última con perros de trapo. Pero lo más de lo más son las juveniles fashion que pasean su ardilla, hurón o algo parecido, amarrada a la correa por los jardines de la Avda. de Salamanca. Hoy me toca sacar a mi lulú inexistente (que tiene su avatar, faltaría mas): “Tras ella corría un blanco lulú. Después, varias veces al día, se la encontraba en el parque y en los jardincillos públicos. Paseaba sola, llevaba siempre la misma boina y se acompañaba del blanco lulú. Nadie sabía quién era y todos la llamaban la dama del perrito”.

casi, casi, primavera

La primavera se va acercando. No hay duda: los callos pican, la piel se enrojece en una pantorrilla sí, en la otra no; aparecen eczemas en los sitios más insospechados; la sangre bulle, queridos niños. Esto mismo parece que le acontece a mi MiLanzarote, que se ha despachado con alegría primaveral contra su opositor el señor Fernando Pablos: “Ha pasado de ser el recadero de Melero –al que compraba los chicles ahora que ya no fuma– y ahora se ha convertido en un monosabio”. Hay que ver, después de este frío y soso largo invierno, llegamos a marzo con la jarana festiva de MiLanzarote para animar el cotarro. Si no hay como este hombre...!

El clan socialista está de los nervios ante tamaño insulto. Y Misombra dice que su NandoPablos no lo merece, con esa carita de aplicado que tiene, que ese bestia se lo va a mustiar. "Niña, que todavía no ha florecido.", le aclaro, más que nada porque Nandito no es ni por asomo mi tipo -a mí me van los tipos duros- y por incordiar, claro. "Y además que se espabile. Que le diga a MiLanza que..., no sé..., que él es el recadero de..., de...., Esperanza Aguirre?" A ver si así animamos este final de invierno. Por favor, señores, el vulgo y yo lo necesitamos con toda esta crisis por los rincones.

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Otro de mis favoritos del museo, el De Soto Airstream S, 1935.

El coche ideal para escuchar frases como éstas:

-Caput, nena, lo nuestro se acabo. Además, ya sé que has matado a Johnson.

"-Es buena chica -me dije a mí mismo mientras conducía-. A cualquier tipo le conviene una buena chica.
Nadie contestó.
-Pero a mí no -dije.
Nadie, nadie contestó."
Adiós, muñeca. Raymond Chandler.


"-Caramba, caramba, el señor Tío Duro en persona. ¿A qué debemos tal honor?
-Umney me está esperando.
-Señor Umney para usted, compañero.
-Y Umney a secas para usted, hermana.
Montó en cólera inmediatamente.
-¡No me llame “hermana”, detective barato!.
-Pues no me llame “compañero”, secretaria carísima. ¿Qué piensa hacer esta noche? No me diga que sale otra vez con cuatro marineros."
Playback. Raymond Chandler.


(gracias a mh por su foto)

quizás, quizás, quizás

Como era un domingo frío, de viento alocado que revolvía el pelo y levantaba los copos hasta las nubes, me fui a pasear por la orilla del Tormes, a la zona de entrepuentes. Cuando los copos volteaban unos tras otros histéricos, me refugié en el Museo de Automoción. Un edificio feo y desgarbado al lado del antiguo molino de harinas.

En el museo hay coches por un tubo –mi hermano quedaría subyugado- incluso antecedentes remotos de nuestro imprescindible cuatro ruedas: nostálgicos "Topolino" de las películas de neorrealismo italiano o el "1500" del desarrollismo patrio.

Uno de mis favoritos es el precioso Mercedes-Benz 320 descapotable traído a España por el cónsul alemán en Sevilla durante la guerra civil. Ahora en el museo bien cuidado y a salvo de balas, pero tal vez antes había venido a la ciudad. Tal vez Salamanca no es nueva para él. Quizá ya había estado aquí cuando los alemanes tenían su cuartel general en el Palacio de Orellana. Quizá paseó a Carmen Polo por las calles cercanas al Palacio Episcopal o la plaza de los Bandos en busca de algún anticuario o joyero. Quizá trasladó al señor Millán Astray con su parche de pirata al aula magna de la Universidad para pronunciar su airado discurso. Quizá escuchó las palabras de Carmen Polo al tuerto de La Coruña para que no enviase al pelotón de fusilamiento al señor Unamuno. Quizá, incluso, fue testigo de los jadeos lujuriosos del tuerto y la cupletista de moda.