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Emma B. El diario de una chica de provincias

basuras y legañitas

9 de mayo

El aire es frío, pero ha vuelto a salir el sol. No se habla de otra cosa que de Fritzl, el monstruo austriaco, y del mayo del 68. Ya ni me acuerdo del invierno.(Vuelvo a limpiar con saña el teclado del ordenador). Es viernes, ahora tengo tiempo.

peces

peces

Hubo un tiempo en que lo primero que comía eran los ojos de la merluza y robaba las kotkoxas de los platos vecinos. Ahora tengo un acuario con tres peces de colores y algas trepadoras de hojas diminutas, y un caballito de mar disecado escondido en una caja de cristal. Todas las mañanas, antes de lavarme los dientes, compruebo que los tres todavía están ahí.


«Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardin des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
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Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaces de evadirse de ese sopor mineral en que pasaban horas enteras. Sus ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar.»

que la tierra te sea leve

Esta historia comienza en Mérida, un sábado con un sol a ráfagas del norte, el fin de semana de los nombramientos ministeriales, que tanto han dado que hablar, y del gran premio de Estoril. El viento envuelve redondo las gradas del teatro de Emerita Augusta. Proserpina, diosa cuya historia es la base de un mito de la primavera, reina del mundo subterráneo, raptada por Plutón —muy cerca de ella entre las columnas del frente de escena— a los infiernos, nos ha devuelto las lilas blancas y las rosas fragantes al peristilo.

En un arrebato de infiernos primaverales, un hombre mata a su madre y se pasea con su cabeza envuelta en una camiseta por las calles de Murcia.

Cíane —náyade compañera de Proserpina— trató de impedir su rapto pero no pudo hacer nada contra Plutón. LLena de dolor, se disolvió en lágrimas.

Una joven se ahorca con su cinturón de cuero en la verja de la plaza de San Román. (Sit Tibi Terra Levis)

Pirítoo, un amigo de Teseo, trató de conquistar a Proserpina, y bajó al Hades con la intención de casarse con ella. Como castigo se sienta para siempre en la Silla del Olvido, a la que fue firmemente atado con anillos de serpientes. Hércules intercedió por él ante Plutón y lo devolvió al Mundo superior ileso.


las horas

Los pasos apresurados. Llego tarde. Comienza a llover. El tiempo se echa encima. Las horas no esperan, los minutos arden. Vuelvo. Nadie me espera. Suena el teléfono, tampoco contesto. Llega a deshora. No tengo tiempo.

nostalgia

He vuelto calada hasta los huesos. Los calcetines negros empapados han teñido los dedos de los pies de azul oscuro casi negro. Las gotas de lluvia resbalan por el cabello hasta los hombros. Los cuatro pelos del flequillo han resistido la ventolera inmóviles, pegados a la frente como lapas. No. Es mentira, no he vuelto calada. No llueve. Apenas llueve últimamente. Lo último cuatro gotas avaras y desnutridas. Hace años volvía empapada de la cabeza a los pies, los pantalones de pana pegados a los muslos, los zapatos encharcados, el paraguas con las varillas rotas. Ahora, el pelo ondulado y brillante, repleto de ausencias, añora la lluvia a cántaros. A cambio, tengo el mismo paraguas desde hace seis años.

una navidad de Tomeo a la Bruni

Estas son unas navidades tomeístas, para ser exacta ha sido un año tomeísta, me he dedicado al señor Tomeo en cuerpo y alma. Todo comenzó en invierno con “El cantante de boleros” que me cautivó por su lenguaje trasnochado y ternura, luego fue “La noche del lobo” que me recordó al teatro del absurdo de “Esperando a Godot”, en ella dos hombres inmovilizados por una caída están condenados a conversar en su soledad , una fría noche de niebla al borde de un camino, y para rematar he engullido entre mazapán y polvorón “El crimen del cine Oriente” con un picante regusto a melodrama de arrabal cañí y “El castillo de la carta cifrada” de empaque más complejo y tintes kafkianos: “Alrededor del amor acechan siempre monstruos de sangre fría”. Me gustan sus textos cargados de ironía y poesía, su punto divertido, esa sensación de siempre hay algo más allá de la historia evidente. Vista desde fuera, sin lugar a dudas, ésta es la Navidad del señor Sarkozy y su enamoradita la señorita Bruni, de voz melosa y longa cabellera, a lo Francoise Hardy o Jane Birkin —que seguro le ponían al presi ya en sus años juveniles—, que cantaba aquello de: “Tu es l’envie, e moi le geste, t’oi le citron, et moi le zeste... t’es le moustache de mon Trosky,...., Toi la putain, et moi la passe..., T’es tous les éclats de mon rire, .. T’es le jamais de mon toujours. T’es mon amour, t’es mon amour...”.



otoño

Hay quien dice que fue algo que Misombra cogió dónde los moros de tanto viaje y tanto desacarreo. No sé..., no creo, más bien parece algo de otoño. Desde luego, de tanto aplacar la furia entre escarchas no podía salir nada bueno. Los sueños de frío le atemperaron la cabeza sí; el pelo recuperó formas onduladas, pero su piel conservaba la palidez desnuda de los durmientes y un ambiente blanquecino y destemplado se adueñó de toda la casa.

“La vida discurría en voz baja, se movía con lentitud astuta”, nada interrumpía el diario ir y venir de Misombra —en silencio, siempre en silencio—, ni las controversias informativas de una cumbre transoceánica, ni los males de amores de una infanta borbónica, ni los gritos y soflamas contra la subida de las tasas programada por mi Lanzarote, que nos quiere con telarañas en los bolsillos. “El mundo parecía estar a siglos de distancia”, lejos de las calles mojadas, de los montones de hojas amarillas esparcidas por los jardines, de las gotas de lluvia que daban un lustre hiriente a sus manos. “Había quien decía: Tiene algo dentro, una suerte de infelicidad”.


Los entrecomillados: frases dispersas de Seda, Alessandro Baricco.

azar

Estas últimas semanas Misombra camina a trompicones, malvive con la cabeza caliente. Tan caliente que a su lado todo huele a quemado, y su pelo toma día a día un color ceniza que no me gusta nada. Por más que lo intenta no consigue enfriarla, no hay manera. Cualquier simple palabreja, el más mínimo soplo incendian los rescoldos. Los circuitos neuronales prenden como la pólvora y esa loca cabecita se consume en llamas de fantasías, obsesiones, ilusiones, recuerdos. Esas noches Misombra sueña despierta encogida de miedos, el sudor le resbala a chorros por las mejillas y los ojos brincan huidizos.

Tanto desvelo y tanta calentura no auguran un final feliz. Al despertar, su angelito de la guarda recuerda el frigorífico recién estrenado, la sienta en el taburete de la cocina, le acomoda con mimo la cabeza dentro del congelador. Entre el licor de guindas y el helado de frambuesa, echa una larga cabezadita.

incentivos

Caldera incentiva la jubilación a los setenta años con un sistema de porcentajes digno de la semana fantástica de El Corte Inglés. Ministro, por dios, si lo que deseamos en este país es un sistema de jubilaciones como los empleados públicos de RTVE: a los 55 y con el 100% del sueldo.

nadie, nadie

¡Jesús, qué desilusión! Qué poco éxito ha tenido la pregunta del martes. Estoy rodeada de navegantes bien intencionados. Nadie tiene un vecino, un pariente, un jefe, un ex... al que pasar por las garras de la motosierra.

publicidad

Me han bastado dos tragos de zumo de naranja de un lunes profesional para despachar toda mi correspondencia aplastada por el peso de los folletos publicitarios: dos cartas del banco que se empeña en ser mi banco, y me encoge el corazón con esos números tozudos que se descuelgan de mi cuenta corriente.
Sin embargo, he necesitado los desayunos de toda la semana para digerir los folletos que atiborraban el buzón. Entre vuelta y vuelta de mantequilla me cuelo en la semana del ahorro de las grandes superficies que lo mismo me ofrecen un cordero a cuartos a precio de entrada de cine que una tele super LCD mega pantalla a 899 € o una motito para mis andanzas por charricity al módico precio de 2290 leandras. Aunque para varietés de cabaret nada como el folleto de LIDL que me tienta con unas preciosas hachas con mango de madera hickory para atizarle en la yugular a mi jefe, unas lechugas iceberg tipo repollo de tono agua marina para mis jornadas de coneja hambrienta, o una moto sierra clásica para ejercer de oficiante en la matanza de Texas y convertir el pisito en la casa de los horrores. ¿Por quién empiezo?

otoño

El granizo repiqueteaba en las aceras resecas. La lluvia y el viento con sacudidas de otoño han dejado las aceras cubiertas de las hojas verdes de los castaños de indias. Millares de hojas cuarteadas y estrujadas amortiguan los andares presurosos de los que caminan dispuestos a no llegar tarde.

Ahora que las noches son frescas, muy frescas, el ruido de los pasos suena puntiagudo, amarillo limón como los gritos de las ratas acorraladas. En las calurosas noches de verano apenas puede escucharse, suena lejano y cansado, olvidado. Cualquier sonido lo oculta: el sstsstss ondulado de las cortinas de gasa roja revueltas por la brisa madrugadora, el rssrssr de la nevera mal cerrada, el trasclactras de la puerta del vecino que acaba de llegar.

tormenta

Esta tarde el cielo se ha vuelto gris, cuánto más gris, más abrasador. Me he sentado en el balcón a esperar, con el estómago encogido y la cabeza saturada de latidos quisquillosos. Un estornino de alas dulces se estrella contra el cristal de la ventana de enfrente; el primer trueno de la tormenta oculta el gemido del golpe; desnucado, se estampa sobre la acera. Los relámpagos tersan mi estómago, el olor a tierra mojada apaga el hervor neuronal. La lluvia lava los dedos de mis manos. El día se descuelga por el canalón de la fachada.

verano

Era una mañana de nubes. Y era coqueta, el sol engatusaba con posturas y remilgos, con guiños de escondite. Un airón espigado de gestos charlatanes bajaba del oeste para después escurrir el bulto. Casi me engaña con palabrería de vieja y aires de princesa.
A eso de la una miro el calendario: 20 de junio, verano. Astillas de nortada agujerean mis pies y avivan el hambre. Es mediodía, el sol no calienta.

números


Más de tres mil mujeres son detenidas en Irán por llevar pañuelos de colores.

La torre del homenaje de San Martín del Castañar tiene dos paredes; el cementerio flanqueado por cuatro murallas. Las mujeres visten de negro endomingado y el viento ulula en las esquinas. La muerte es una calleja sin salida. Y tus manos estrechan los besos ardientes.

jueves

Era una mañana rugosa y oscura que estrujaba el corazón entre las bocinas de los coches. Pasaron las horas, las arrugas se convirtieron en gotas de lluvia. A eso de las seis de la tarde, el corazón salió por los aires. Cuando llega la noche, el cielo llamea sobre el asfalto mojado.

"El agua es para apagar el Infierno; el fuego, para incendiar el Paraíso". Jeremy Taylor (1613-1667) en El libro del Cielo y el Infierno. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

gadgets

La diseñadora australiana, Aheda Zanetti, ha ideado un bañador especialmente concebido para que las mujeres musulmanas puedan disfrutar de la playa y el mar sin temor al apedreo de sus señores, y lo ha llamado burkini. Tal trapito –como su nombre indica— es una mezcla del burka y bikini, un dos piezas que te tapa enterita, dejando solo al descubierto la cara, los pies y las manos; ni un pelo al viento, ni un lunar en lontananza. Claro, que también resulta ideal para alérgicas al depilado o al sol. El modelito está confeccionado en un tejido especial, que protege de los rayos UV y seca en un plis-plas, lo que debe ser muy de agradecer para sobrevivir a la irritante sensación de la lycra mojada pegada a la piel de todo el cuerpo durante horas.

Rabieta casi tan picajosa como la que nos provoca perder el móvil en estos tiempos en que lo llevamos con nosotros, más que al amante, hasta en la ducha. Y así, claro, terminamos olvidándolo en cualquier esquina, quizás en un deseo inconsciente de librarnos de su tiranía —Ya lo decía el señor Julio Camba: “El teléfono es nuestro tirano. Es un tirano arbitrario, irritable y neurasténico que nos llama con su voz gangosa en los momentos más solemnes de nuestra vida”—. Los españoles tenemos predilección por dejarlos tirados en los taxis: ¡hala! a recorrer mundo, los italianos suelen perderlo en el trabajo y los ingleses en los partys –esos eventos sociales donde se bebe gin-tonic y no se come—, claro que los alemanes no lo pierden nunca: ya lo han incorporado a su fisiología como otro miembro más, imprevisible e inoportuno las más de las veces. ¿Os suena, queridos?

lunesito mustio

Con el lunes no me atrevo, simplemente lo dejo pasar, eso sí, lo espío escondida en el reposapiés mientras observo con regocijo mis botas nuevas de color chocolate y reflejos charol, con la punta redonda y alzas en el tacón; y escucho mis nuevas adquisiciones musicales: desde Let’s do it de Eartha Kitt, o Just a Gigolo de Louis Prima, a Somehin’ stupid de Nancy y Frank Sinatra, una recopilación muy completita de r&r de los cincuenta, y Le fil de Camille, una francesita de voz melosa y canciones torturadas que me pirra.

viernes

Una mañana igual a todas, en que las cosas tienen el aspecto de siempre, tal vez algo más fría en este invierno inusualmente cálido, y mientras enciendo mi ordenador, el rumor monótono de la oficina va haciéndose un hueco a mi lado, elige el mejor sitio a mi izquierda, lejos de la puerta de entrada, bien calentito. Y espera. A los once y media, ha crecido dos palmos pero apenas tiene grasa. Una hora más tarde, necesito calzador para entrar en mi cubículo: ha ganado cuatro quintales y unas pocas leguas, ¡qué barbaridad! A pesar de varias llamadas y algún desajuste presupuestario, que casi le cuestan unas arrobas, ha ganado la partida. A las tres en punto, me tira del asiento y salgo corriendo.
¡Ya es viernes!

(gracias a mi admirado Juan José Arreola)

cuento de navidad

Con las Navidades, una nunca sabe si acabará hundida en un letargo invernal al más puro estilo de melancólica campiña irlandesa; o afinando la zambomba, encajándose el vestidito vintage de lamé dorado y las sandalias de pedrería para terminar cuesta abajo en un cotillón espumoso, sumergida entre burbujas con aromas de colonias dulzonas y cargantes al alimón con sudores y resuellos de gentelmans de tres al cuarto que se pavonean esquivos con sus chaquetas de fibra acartonada y el pelo cortado a lo David Beckham.

Claro que esta Navidad, con tanto Papa Noel rampante por las fachadas, balcones y azoteas del país, los presagios no eran de pandereta, y si no que se lo digan a la criatura que se cayó de un quinto piso al tratar de socorrer a su Papa Noel que jadeante y agotado asomaba por el borde de la ventana. No, los augurios vaticinaban una navidades en reclusión, de aislamiento por las alturas como El barón rampante: una encaramada en las desangeladas copas los árboles entre bombillitas blancas y rojas, hibernando bajo el relente invernal. Y así fue, parece que el cerebro recuperó los mecanismos ancestrales de los reptiles y una fue condenada a una salvaje hibernación navideña, a un total aletargamiento de los sentidos. No es una licencia literaria, no, queridos; cuenta el amigo Punset en El alma está en el cerebro –un regalo de la pequeña Tarquinia- que, ya en el siglo XVII, Thomas Willis sostuvo que “los seres humanos tenemos un cerebro “integrado”, es decir que hemos heredado el cerebro de los reptiles y que, al evolucionar como mamíferos, no descartamos el cerebro de los reptiles, sino que lo mantenemos perfectamente integrado en un cerebro mayor”. Y así, gracias al cachito de cerebro de ofidio, una ha sobrevivido una navidad más a la boa de espumillón y serpentinas, al Papa Noel rampante, a la dorada salvaje y a los cotillones de media etiqueta.

“La locura es una fuerza de la naturaleza, para bien o para mal; mientras que la bobería es una debilidad de la naturaleza sin contrapartida.”
El barón rampante, Italo Calvino.