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Emma B. El diario de una chica de provincias

emma

sofoquina

sofoquina

 

Un año más sobreviviendo gracias al abánico.

Abánico chino de la colección del Palacio de Nymphenburg en Münich.

 

sueños de mayo


A la sombra de una cortina blanca tengo sueños deshilvanados, prendidos con alfileres. Tienen varios remiendos mal rematados que se deshilan. Necesito varias horas de la mañana y dos cafés para repasarlos y cogerles el dobladillo. Aún así, a pesar de mis dotes de zurcidora no consigo un trapito ni tan siquiera corriente.

Si duermo bajo los tilos en flor del paseo ¿cómo serán los sueños?

carta a los reyes magos

Queridos Reyes Magos:

Después de años de plegarias ronroneantes, listas insensatas y creencias sin grietas, siento que la ingenuidad se ha ido a criar malvas. La culpa no es mía, pero a la vista está, los resultados cantan: los amores piadores son fugaces, la felicidad en tragos cortos y por puntos, los picaflores carceleros acechan con sus pistolas de láseres paralizantes y, por si fuera poco, los cuervos cenizos han tomado las riendas del planeta.

Pero como soy una provinciana tenaz y me he portado estupendamente vuelvo a la carga una vez más, y os pido un año de amores piadores, la felicidad a mordiscos, los amigos a bandadas y una cabeza a pájaros; que me libréis de los picaflores que me quieren en una jaula, y de los buitres carroñeros siempre al acecho. 

Emma B. 

carta a los reyes magos

Queridos Reyes Magos:

Después de tantos años de fe callada, de plegarias ronroneantes, de listas insensatas, de creencias sin grietas, siento que la ingenuidad se ha ido a criar malvas. La culpa no es mía, pero a la vista está, los resultados cantan: nada de amores piadores, ni la felicidad a mordiscos –en tragos cortos y por puntos-, los picaflores carceleros acechan con sus pistolas de láseres paralizantes, y, por si fuera poco, los cuervos cenizos han tomado las riendas del planeta con sus augurios de crisis épicas.

Este año se acabó. Nada de chupitos, nada de dulces, ni agua para los camellos —quien se cree que, ahora, viajen en avión, bobadas—, nada de limpiar los zapatos nuevos, ni dejar los calcetines en el árbol. Voy a cerrar a cal y canto la casa, tapiar la chimenea, poner rejas en las ventanas. Dejaré sonar el teléfono, desconectaré el router.

Y pondré una nota que diga: “Estoy harta de timadores”. ¡Huy! Me olvidaba, tengo que limpiar los botines negros y ponerlos afuera.

emma b

carta a los reyes magos

Ya he limpiado mis zapatos. Me ha costado toda la tarde que queden lustrosos, como nuevos. He colocado unos chupitos de scotch, unas sobras de torta para los golosos de oriente y un balde de agua para los camellos. Es mi táctica de camelo para conseguir sus favores. El año pasado, ni caso, no me dejaron ni carbones. Así que un año más repito mi cartita, queridos Reyes Magos, aunque creo que necesita ciertos retoques. Para este año en ocho, rebosante de curvas sinuosas, más que “amores piadores” me inclino por los amores con garras de lobo y piel de cordero, algo así como apasionados corderitos mimosos, en plan ovejita lucera con alma de tigre. Añadiría a la lista una piedra filosofal para cultivar esta cabecita despistada y una colonia que ahuyente a los cenizos, ¡ah! y un angelito aparcacoches que me libre de dar vueltas como una peonza por charricity.

bienvenida

A medianoche como la cenicienta pero sin carroza y sin zapatitos de cristal, más bien arrastrada por mis maletas, arribo al dulce hogar quince horas después de salir de la bulliciosa Sousse.

El buzón “a rebosᔠcomo los forladys de la canción de Martirio, ¡qué alegría! ¿Alguna postal desde el Tibet de estos novios que bajan a por tabaco y no vuelven? En la primera ojeada en el ascensor la desilusión se implanta en la pata de gallo del ojo derecho, mucha publicidad y ninguna postal, ni el viajante se ha dignado a escribir.

Abro la puerta, y antes de que pueda encender la luz escucho a misombra que corre a gritos por el pasillo

—¿Qué me has traído? —Será egoísta tanto tiempo sin verme, campando a sus anchas, y ni un hola de bienvenida.

—¿Y a mí, a mí qué...? —Me chilla al oído la araña que se ha descolgado veloz desde su telita del rincón.

Suelto la maleta, me quedo muda con cara de Stalin momificado observando como misombra abre nerviosa la bolsa de los regalos, la araña palmotea feliz mientras sube y baja por el hilo plateado y a dúo me cantan: "¡Qué será, será...!"

Misombra está tan encantada con la chilaba roja que carga con todos mis bártulos hasta la habitación, y la araña se ha subido al dátil dispuesta a tragárselo de una sentada. Hogar, dulce hogar.


y mordiscos

¡Estoy que muerdo! La tengo todo el día pegada a mi trasero, sin tregua ni para comer. Cansina y gritona a más no poder: perezosa, dejada, vaga..., y lo último: atorrante –¿habrá ido al concierto del dúo Sabina/Serrat?—.

Hoy se la he jugado: no he comido en casa y luego sesión de cine en un intento de que “La suerte de Emma” me roce, aunque sea de refilón y me pase una pizquita de buena estrella. Pero no..., no es mi día. La suerte de mi tocaya es como el destino: paradójica, sí el azar le proporciona el amor pero... . Ya se sabe: Dura poco la alegría en casa del pobre, y mi Emma acaba triste cuidando sus cerditos en la granja de Pin y Pon, pero contenta –otra vez la paradoja—, lo siento no quiero desvelar el final. Es una estupenda película alemana, dramática pero sin sensiblerías —me gustan los dramones alemanes de esta última época—, con la muerte en los talones, la soledad en el blanco de los ojos y el humor en el sillín de la motocicleta.

Cuando abro la puerta Misombra se abalanza y me sacude rabiosa con el palo de la fregona. “¿Dónde has estado todo el día zángana?”. Escurro el bulto y me encierro en el baño. Apago la luz hasta mañana.

estupor

estupor

Esta madrugada un temblor de ráfaga sacude mi cama. Me despierto y el móvil tiembla excitado a los pies de mi cama, las pequeñas garitas de escayola blanca me saludan con titubeos. Cuatro pardales resguardados en el alfeizar de la ventana piaban desconsolados temerosos de la noche cerrada. “Otro terremoto, esta vez más cerca. La tierra se agita”, pienso sin mucho interés, con las legañas pegadas a los ojos. Media vuelta, estiro el camisón, y me agarró al osito dormilón. Tres segundos más tarde una nueva sacudida más fuerte estremece mis hombros y una voz afilada me grita al oído:

—Buenos días perezosa. Que estás hecha un gandul. Pero que te crees... ¡Zángana!..., más de quince días sin pegar palo al agua, sin escribir ni una frase, ni una cita en la agenda. ¿Pero qué te has creído, niña!

Misombra ha saltado del altillo del armario y me arrea capirotazos sin compasión. “Por favor déjame dormir, todavía es noche. Es muy temprano, ni tan siquiera tengo los dedos puestos”. Balbuceo con desidia.

—¡Pendón! Todo el día entre parientes, novios, tumbona, amigos, comidas, libros... Menuda vaga. Hasta aquí hemos llegado.

¡Qué hace otra vez aquí! Por dios que se marche no soporto su olor a cerrado y ese griterío de loca desenjaulada.

lunes juguetón

¡brrr! El frío rugoso de la mañana.
¡umm! El regusto vibrante del café.
¡uf! El chirrido mustio de la puerta de la oficina.
¡bah! El parlado insípido de mi jefe.
¡oh! La figura frugal de la vecina desteñida.
¡ah! El griterío picante de los escolares.
¡huy! La mirada crujiente de la estanquera.
¡ooh! El manoseo susurrante del edredón.

carta a los reyes magos

Queridos Reyes Magos:

Soy una chica de provincias, vivaracha y algo ingenua.

Sí, ya sé que esto es un imposible, pero de todos modos vuelvo a insistir un año más: quiero pediros un año de amores piadores, la felicidad a mordiscos, los amigos a bandadas y una cabeza a pájaros. También, quiero que me libréis de los picaflores que me quieren en una jaula, y de los buitres carroñeros siempre al acecho. ¡Ah!... y, por supuesto, los cuervos cenizos: nunca más.

¡Huy! me olvidaba, también quiero alpiste a mazo.

Un beso con alas.

emma b

la venganza de madame butterfly

la venganza de madame butterfly

El sábado eran dos lindas mariposas, que correteaban revoltosas por el pasillo, con las alas color parduzco salpicadas de manchas negras y dos ligeros toques naranjas en la cola –o lo que sea-; eso, sí, estaban lejos de los radiantes ejemplares de aterciopelas alas blancas o vivaces colores. Pero, aún en su sosería eran una novedad. No molestaban. Ahí andaban jugueteando por el pasillo, de la cocina al baño, revoloteando entre los pliegues de las cortinas. Me observaban con gesto paciente desde la tapa del giradiscos, sin perder detalle de mis conferencias telefónicas a larga distancia. La más atrevida enfiló las antenas desde el espejo del baño para clavarme una templada mirada de compasión, mientras me lavaba los dientes.

El domingo por la tarde, parecía que habían convocado al resto de la parentela y que el clan noctua pronuba al completo acudía a la llamada, dispuesto a pasarse una temporada vacacional en este resort fresquito, en primera línea de calle al lado del botánico de mi balcón. Aquel conclave de mariposas ya no era tan gracioso, demasiada gente a mi alrededor: montando guardia en las esquinas, dormitando en el microondas, tres de tertulia en la bañera, y las más viejas a la fresca entre las hojas de la violeta. Movías la almohada y allá saltaba una directa al foco del techo. “Eso sí que no, en mi cama nada, queridas... Lo que faltaba”. Conseguí arrastrarla por los pelos lejos del tálamo, y me enterré en vida durante toda la noche.

El lunes a las nueve, después de una noche de ventanas abiertas tratando de mitigar la calorina, varias legiones acampaban entre mis cositas, y el techo era un nubarrón marrón oscuro cargado de mal fario. Mis sueños de pájaros y otros voladores al acecho dispuestos atacar eran realidad, aquí estaban. Aquella tarde con un arsenal de la OTAN en mis manos: el plumero, el trapo de la cocina, una estrategia planificada a golpe de buscaminas -durante todo el día en el curre-, y mucha alevosía, pasé por las armas a la mayor parte de los lepidópteros.

Ahora tengo el parquet plagado de cadáveres, camino de la cocina al sofá entre crujidos del polvo y esqueletos que se resquebrajan bajo las chinelas. Con lupa analizo los últimos estertores de esta pequeña que me saca la lengua y abre sus ojos azules como platos antes de caer despanzurrada. Y la casa sigue cerrada a cal y canto.

la compra

He necesitado todo un domingo para recuperarme de la hora larga de sábado mañanero en Carrefour, y eso que mi lista de la compra era escueta y un modelo de organización temática: fruta, verduras, pescado... Gracias a la nube de música orquestal, los aspavientos de los reclamos megafónicos: “Señor García acuda a información” —¿Tan sólo un García en todo el hiper?—, y el barullo ambiente de toda la tropa de hambrientos con los carros cargados hasta el más allá, empecé a sufrir un aturdimiento general que me recordaba esos ciegos obnubilantes del hachís en los que, como decía el señor Baudelaire, el simple hecho de entrar en la farmacia y pedir un remedio resulta una tarea ingente y penosa.

Como no dominaba el mapa del hiper, después de traspasar la barrera metálica, me sentía vagando sin rumbo en megalópolis con tráfico de hora punta. Menos mal, que mi cabeza, que tiene un ojo clínico acelerado, más rápido y acertado que mis ojillos, acabó tomando el control de mis pies y me dejé llevar. Pegué el post-it con mi lista en la barra del carrito y me sentí entrar en el mundo feliz de rellenar el carro sin sobresaltos. Pero..., perdí el turno en la pescadería por atender al mismo tiempo el pesaje de cuatro manzanas y echarle dos tejos al alemán que se debatía entre los tomates cherry o en rama. Después del desliz, milité en la pescadería hasta que llegó mi turno: ”Una dorada, por favor”. “¿Qué le hago?”, me preguntó una recia morena con voz de sargento rusa. En blanco, me quedé en blanco. En un segundo todas mis horas de Ciencias Naturales desfilaron por mis conexiones cerebrales tratando de recordar la anatomía del pez. “Pues... Humm..., las... escamas, le quita las escamas, las agallas, las aletas y la cola, pero NO la cabeza. La cabeza no se la quite”, le remaché —qué manía de descabezar el pescado tienen en esta villa—. Al fin libre, tenía tachado el 99 por 100 de la lista, sólo me faltaba la piña en lata. ¿Dónde estará? Un error, nunca debí de incluirla en la lista. Encontrarla me costó varias tournées de ida y vuelta por los pasillos, echar mano de la lógica –que no funcionó- y preguntarle a dos empleadas, más otro fallido que resultó ser un cliente, y me lanzó una mirada de “Anda, guapa, tú qué te crees”, que me dieron ganas de contestarle: “Perdón, señor ingeniero” y arrearle una palmadita en el bullarengue. Por una vez tuve suerte: no me tocó la cola de los torpes, y mi trasero y el carrito se deslizaron suaves y ligeros como una Harley Davidson.

domingo de ramos

domingo de ramos

“el que no estrena, no tiene manos.”

No recuerdo haber pasado más frío en vida que en Domingo de Ramos. Ese era mi domingo favorito. Cuando era pequeña, siempre estrenaba algún modelito pero, la mayoría de las ocasiones, el tiempo no acompañaba al atuendo elegido por mi madre, eternamente fantaseando con un bonito y soleado día de abril. El vestido de flores azules, menudas y saltarinas, repleto de nido de abeja, con la chaquetita blanca de algodón, no daba el suficiente abrigo en aquella mañana húmeda y lluviosa, y los zapatos de charol acababan convertidos en pateras a punto de hundirse con todo el agua que empapaban los calcetines de perlé. Esos domingos, aterida, agitaba con fogosidad la palma, hoja de lanza –una palma lacia y austera sin trenzas ni colgajos cursis-, quizá esperaba que tales aspavientos me librasen de aquel gélido viento que rechinaba entre las costillas y los pulmones. Otros años teníamos más suerte y el modelito de cazadora y falda tableada en mezclilla de franela gris nos tapaba el corazón inquieto y los ojos asustados de tanta palma y rama de olivo que luchaban por arrearle coces al borriquito, que bajaba presuroso las escaleras de la iglesia de San Francisco. Mi estreno favorito fue aquel pichi de pata de gallo verde en paño de lana con un jersey blanco y medias blancas con pompones. ¡Qué delicia! ¡Cuánto abrigaba y qué poco pesaba!
Esta mañana no tengo nada para estrenar: ¿sin manos, ya no podré volver a escribir?


cerezos

cerezos

Soy urbana, una chica de provincias urbanita. ¡Qué le voy a hacer! Cosas de la vida. Para campo, con el de mis macetas me voy arreglando. Si tengo mono planto la sillita roja en el balcón, a la sombra de la adelfa, entre tulipanes y geranios, para recitar por lo bajinis al aire de abril aquello de: "Tus ojos me recuerdan las noches de verano. Y tu morena carne los trigos requemados, y el suspirar de fuego de los maduros campos...". Y lista, ya tengo para un mes. Pero esta temporada, andaba yo inquieta, esa dosis de tierra no me bastaba, y eso que el níspero parece que ha prendido después de todo el invierno bajo palio. ¡Todo un logro! Sin pensármelo dos veces me apunté a la excursión de mi floripandi al valle del Jerte para ver los cerezos en flor. Las montañas lucían de invierno en un gris azulado mate reposado. Cerca de las cumbres los cerezos seguían hibernados pero en las laderas, desde el fondo del valle, de blanco reluciente los cerezos con sus flores níveas y lozanas cercaban al invierno y nos presagiaban el dominio de la primavera.

Claro que, en tiempos de movimientos de masas, lo que prometía ser un día de mantel a cuadros y tortilla se convirtió en rebaños de niños por doquier, reatas de autos, atascos y sobredosis de ropa deportiva; con la honrosa excepción del esbelto guardia civil enfundado en su ajustado pantalón verde alfalfa y sus botas negro zaino bien calzadas hasta la rodilla, sólo le faltaba el famoso tres cuartos de cuero marrón. ¡Uhmm...! ¿Quién habrá inventado ese uniforme? Todo un hallazgo. Bueno, que me pierdo. Como nosotros ayer, los japoneses celebran la floración de los cerezos con el festival del Hanami. A la sombra de los sakura –cerezo en japonés-, se reúnen las familias y amigos y comparten los alimentos que todos aportan para celebrar la vida. Para los japoneses, los sakura representan la belleza y delicadeza, lo efímero de la vida humana ya que las flores bellas y sencillas viven muy poco tiempo en el árbol. En la antigua tradición Samurai, la flor del cerezo representa la vida del Samurai, dispuesto a morir por su señor, y antes que ver su nombre deshonrado por incumplir alguna de las normas del bushido. De vuelta a casa, empachada de sakuras y con los grises y blancos abarrotando mi retina, recordé a Yukio Mishima, que utilizó el harakiri –ritual legendario de los samurai- para suicidarse, mientras saboreaba un delicioso bombón relleno de higo, delicatessen de la tierra del Jerte.

lunesito cruel


"Nueve bajo cero en Segovia, Burgos..., cinco bajo cero en Salamanca..., cuatro bajo cero en Ponferrada y Zamora...", recita con desidia el locutor madrugador de radio5 a las ocho menos tres minutos. Es lunes. Isabel Coixet está emocionada, medio lloriquea sin apenas acento catalán, y se lamenta porque no le han dado el Goya a Javier Cámara. "Le llaman Caye..." lloriquea el señor Chao en español con acento francés. Entre los fríos, la estupefacción, el ultimátum de Bush y las amenazas veladas de Merkel por la victoria de Hamás, no consigo mover más allá de las pestañas. El temblor de la hora y las coacciones de los minutos tiran de mí fuera de la cama. Es lunes y son las nueve menos veinticinco. Hace más de ocho horas que no como pero estoy llena. Me tomo el zumo de naranja, las vitaminas y la amoxicilina, y el desayuno en el micro. “A las nueve y diez estoy encendiendo el ordenador”. Abro la nevera y el bote con el preparado bronquítico de cebolla y miel me cae encima, rebota y llega al suelo. El pantalón, la camisa, todo fuera: modelito nuevo. ¡Minutos fuera! La fregona está congelada. El charco de la cocina brilla bajo los cristales de hielo después del fregoteo con los mechones amarillos de la fregona fosilizada. La nieve continúa prendida sin pinzas en el tendedero de la vecina invisible. Volvemos a empezar. Una tostada cae al suelo con la mantequilla pegada a la baldosa. ¡Minutos fuera! ¡Repetimos! Otra tostada para untar, otra que se parte en cuatro, el café congelado y asqueroso. Es lunes y son las nueve y diez: ya no puedo parar. Las revistas no caben en la cartera, el ascensor ha llegado tarde, la puerta está abierta y cerrándose". ¡Uhm!... Me faltan los dientes". Bloqueo el ascensor con la cartera; termino de pintarme los labios; la puerta del ascensor no deja de abrir y pararse, renquea entre enciendes y apagas; ya estoy dentro. Me he abrigado demasiado, casi no me sirve el abrigo violeta, y las botas me aprietan con tantos calcetines. En la calle respiro como un pato y camino trece veces por minuto, cuidando de no caerme. Mis gafas de sol me protegen de los rayos de nieve recién levantada que buscan el camino para acribillarme los ojos entre las azoteas soleadas. Es lunes, son las nueve y veinte, es tardísimo... La vida consiste en encender la mirada hasta pulverizarse los ojos.


"una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos"

Alejandra Pizarnik


bronquitis

Es lo bueno de estar enferma, puedo quedarme en la cama todo el día sin que Misombra me atize con el látigo. Ya se sabe las sombras tienen un punto de sacrificio cristiano que siempre da la lata. Bueno, enferma, enferma..., enferma de mentirijillas. Un poco enferma, claro, pero sin necesidad de zurrarse a opiáceos para esquivar el dolor. Un algo enferma con los bronquios atascados, con este peso de hierro en el pecho a suerte de angustia opresora que te devuelve al vacío existencial en la más pura línea sartriana. Una pizca de enferma: molido el espinazo, afogada la cabeza y estrellados los miembros. Un pellizco de enferma para recostarme entre almohadones, sorber los mocos, aspirar con fragor el "sinus" y pasar de un libro a otro toda la mañana recortando en los vahos la chispa de las palabras -única compañía en este día de niebla atascada y cencellada radiante-:

"Era una mañana helada de febrero, y a través de la ventana se veían los campos nevados y al fondo la hilera de álamos en el río"
"una figura cruza la superficie... en dirección al horizonte helado. El cielo es azul pizarra y rosa desvaído y la imagen es la noción del norte"
"Un perro cenizo con un lucero en la frente"
"Siguieron haciendo el amor en la siesta, de prisa y sin corazón, a la sombra evangélica de los naranjos"
"La vida hace, a menudo, ciertos ajustes de cuentas que no es aconsejable pasar por alto"
"Muchos besos y toda la nostalgia de quien la extraña mucho"

Cuando era pequeña y llovía todos los días, me gustaba hacerme la enferma, quedarme en camita mirando la lluvia sin hacer nada. Mi enfermedad favorita eran las anginas —que por otra parte, padecía de verdad, así que colaba— o un vago: "no me encuentro bien" de niña enclenque y enfermiza. La comida de enferma era pescadilla cocida con aceite —así te doliese el estómago, las anginas o la cabeza—, que mi madre preparaba como una delicatessen rural con la mitad de una cebolla.

Hoy no he ido al cole, pero tampoco he comido pescadilla cocida.

carta a los Reyes Magos

Queridos Reyes Magos:

Soy una chica de provincias, vivaracha y algo ingenua, aunque sólo me las dan con queso cuando me dejo.

Sí, ya sé que esto es un imposible nada más; de todos modos quiero pediros un año de amores piadores, la felicidad a mordiscos, los amigos a bandadas y una cabeza a pájaros. Quiero que me libréis de los picaflores que me quieren en una jaula, y de los buitres carroñeros siempre al acecho. ¡Ah!... y, por supuesto, los cuervos cenizos: nunca más.

¡Huy! me olvidaba, también quiero alpiste a mazo.

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Un beso con alas.

Emma B.